viernes, 27 de agosto de 2010

Ficciones

He leido esta mañana la entrevista a Woody Allen que publica el Mundo en su edición digital (se hace cualquier cosa por esquivar el trabajo aquí dentro), y he leído algo que me ha parecido tan evidente que casi me avergüenzo de no haber reparado nunca en ello. A propósito del futuro que le espera al cine ha dicho Woody, entre otras cosas, que a la gente le gusta llegar a casa y que, por la noche, les cuenten una historia, y que eso es algo que no va a cambiar nunca. Qué simpleza, ¿verdad?.

Hoy día, acostumbrados a los medios de difusión, radios, canales de televisión, deuvedés, discos duros, etc., nos resulta sencillísimo satisfacer nuestra sed de ficciones sin necesidad de un prójimo, sin un emisor físico, personal al que acudir. Antes era la parienta o una prima, la vecina o su hijo, o el concejal quienes, bien con la sustancia de sus propias vidas, bien con sus relatos acerca de la vida de los otros, nos surtían de las historias que necesitamos. El tejido social se configuraba así de entremezclar, transformada en ficción, el pulso de la vida real que latía alrededor. Más allá de estos asuntos mundanos, un relato superior configuraba el lenguaje y la visión del mundo, el cura nos envolvía en un relato mayor, poético. La pluralidad en las lecturas daría más variedad a la vida social, seguramente, que la multiplicación de individuos. Sería complicado imaginar la estrechez de la vida social previa a la imprenta, tanto en la Edad Media, aquí, como en Babilonia... pero yo no estoy preparado para tanto. Quiero decir con todo esto que he asimilado, gracias a esa frase simple de Woody Allen, buena parte de esa literatura francesa que había digerido tan mal en mis años mozos.

No entendía por entonces como ahora esa necesidad esencial de ficción del ser humano. Y sobre todo no entendía como ahora de qué manera esas continuas ficciones configuran y conforman nuestra existencia. Todo aquello que tomamos por importante, verdadero, y demás trascendencias resulta que no son más que ficciones, es decir, mentiras que dicen la verdad, esa siempre necesaria literatura.

viernes, 20 de agosto de 2010

Artemis II

Hablando con Artemis esta mañana me ha dicho que aceptó ayer un puesto de trabajo como limpiadora en el centro de investigación en el que estuvo durante un tiempo trabajando, como científica becada.

Cuando la conocí hace un año estaba a punto de acabar su tesis sobre crustáceos, una tesis en la que sigue estancada. Escribía además unas poesías que me parecieron muy prometedoras, de aliento largo y lánguido, que me parecieron y me siguen pareciendo hermosísimas. Iba a un centro de investigación marina por las mañanas y hacía allí sus cosas microscópicas y tomaba sus notas hasta por la tarde.

Pero lo que destaco aquí de ella, lo que me ha sublevado y por lo que me he sentado a escribir, es ese carácter suyo natural, desinteresado, que no sabe uno si es pureza o ingenuidad. Esa mirada limpia y bondadosa que Artemis vierte sobre el mundo confunde de primeras, se siente que se puede decir lo que se piensa, sin filtros, y al rato se es otro, otro mejor. Después de tantos años de vida el surgimiento de una mujer así es un acontecimiento casi sobrenatural. Nunca noté en ella un mal pensamiento, nada retorcido, ni una palabra que no fuera de enorme empatía hacia el mundo.

Ahora, con casi cuarenta años y no habiendo hecho nunca daño a nadie, habiendo ayudado a obtener papeles a inmigrantes (llegó a casarse con uno), habiendo trabajado gratis por principios, estudiado toda la vida, derrumbados los sueños, Artemis se ocupará de limpiar los váteres y los suelos de quienes fueron sus compañeros de investigación. Ella estará bien, de todas formas. Creo conocerla, y le dará igual y hablará con sus antiguos compañeros con toda naturalidad, con la fregona en mano y los guantes azules puestos no intentará ni por un instante disimular ante ellos que está dolida.

Pero ¿no le da a Dios vergüenza a veces de haber creado un universo tan chapucero?

lunes, 16 de agosto de 2010

Cómo está el servicio público

Hoy no he ido a trabajar, me he despertado con cierto malestar esta mañana y he decidido enviar un mensaje a una compañera avisando de mi ausencia, y acostarme otra vez.
Convertir una leve indisposición como la de esta mañana en una enfermedad (baja de tres días) me mantiene en la ilusión, una vez al año, de que no soy un esclavo del trabajo. Es la pequeña dosis de rebeldía, de malestar hacia el mundo que aun me permito.
Como necesito el papelito del médico para justificar mi baja (una enfermedad intestinal suele ser lo más recurrente en estos casos) he tenido que llamar al ambulatorio para pedir cita.
En mi última baja había que intentar llamar nueve o diez veces hasta que te atendieran, el servicio público no estaba tan mal todavía. Ahora de entrada salta uno de esos contestadores automáticos, médico o pediatra, fecha de nacimiento, nombre, sí, no, etc... unas veces, al final, la llamada se ha resuelto en un corte de línea (piden disculpas antes de cortarte), luego vuelta a llamar, otra vez médico o pediatra, fecha de nacimiento, nombre, sí, no, esta vez el teléfono da tono pero nadie lo coge, y vuelta a llamar... llevo 15 llamadas y no tengo muchas esperanzas, aunque seguiré insistiendo.
Cómo está el servicio público.

domingo, 15 de agosto de 2010

Función sin hijos

Puesto a sincerarme, asumo que mis continuos fracasos en el terreno amoroso no me preocupan en absoluto. Quiero decir con esto que por mi que el juego continúe, que yo estoy más que listo a seguir jugando, probando, derrochando amores. Ya ni siquiera tengo muy claro que busque encontrar a esa mujer de mi vida (¿habrá pasado ya? ¿habrá sido Jimena?) que conozco una vez al mes. Pienso algunos días como hoy que esa búsqueda, romántica sin duda, de la princesa de mis sueños, puede no ser sino un efectivo método utilizado por este picaflor impenitente como arma de conquista. Yo, o sea mi desvalido personaje, atribuido de tiernos caracteres, dolido del amor pero no vencido, buscando incesantemente en los brazos de la mujer la salvación, el perdón, la redención en definitiva, Madonna mía, insistiendo en un papel que se siente bendecido así, por las mujeres.
No obstante, algunas veces me enamoro de veras, o eso creo. Luego todo pasa y queda en nada. En todo caso sigue siéndome imposible determinar si yo soy yo o mi personaje, si cuando creo que empiezo a enamorarme lo hago de veras o me autoengaño para seguir jugando a amar. Las minúsculas decepciones con que finalmente todo se resuelve me las tomo cada vez más, decía, estoicamente, como una perfecta y realizada necesidad. No me preocupa, ya digo, y quizá sea de tanto realizar la acrobacia mental que va del amor posible al imposible que, como quería decir, mi papel pueda tratarse de un truco para poder seguir amando un poco, mientras tanto, mientras la vida pasa.

Sí me duele, y me preocupa, quería decir con todo esto, no haber tenido hijos. Quise desde chaval. Yo ya era una aberración a los 18 años: quería tener hijos, muchos hijos; y mis amigos, que por entonces eran más fiesteros y menos enamoradizos que yo, se burlaban de mí. En los últimos años ellos se han entregado sin embargo a tristes matrimonios, llenos de hijos.

Me tomo mi azarosa vida con las mujeres con la ligereza de un fullero impenitente. En mi no descendencia, sin embargo, sí percibo cierto castigo a mi frivolidad, siento sobre mi el peso de una justicia que no me perdona no haber incurrido en ciertas mentiras necesarias para, llamémosle, el matrimonio.

¿Es posible que, en contra de lo que comúnmente se piensa, la actitud del frívolo, como la del bufón, consista en no estar dispuesto a persistir en ninguna mentira? ¿Que la tan honrada y cacareada dignidad no se asiente sino en un corpus admitido de frivolidades?

Y hablando de las mujeres, ¿No es la visión (cínica) que este domingo tengo del amor por sí misma una derrota en el terreno amoroso? ¿No me convierte el tufillo de esta conciencia en un simulador, no siendo ya un sujeto que ama plena, tontamente?
¿Es mi vida amorosa en definitiva, bajo estas condiciones, una parodia?

Ay!

(algún día escribiré algo más de los hijos, de la descendencia y su último significado para mi, y menos de las mujeres)

jueves, 12 de agosto de 2010

Lola me aprecia

El descubrimiento de los asuntos relativos a la vida íntima tiene una dinámica propia.
De entrada, es necesario estar dispuesto a afrontar estos asuntos con valentía, con cierta transparencia. Es de locos este estar dispuesto a enfrentarse al dolor y a las zozobras que a menudo produce la lucidez, el sujeto corrientemente prefiere reservar sus fuerzas para su propia supervivencia, o su codicia, ocultarse detrás de un telón tejido de mentiras y símbolos, convertido en muñeco. Actúan sabiamente los frívolos, en mi opinión. Sería muy largo entrar en este asunto, y no creo sinceramente que fuera aportar nada mejor, ni nuevo... es un tema bastante trillado este.
A partir de esta disposición interior hacia la claridad, todo lo que sucede después escapa a nuestro dominio. El estar dispuesto a la verdad es la única condición necesaria para sumergirse en los abismos de la intimidad humana.
Lola es una mujer preciosa, adorable, inteligente, perfecta en una palabra. Pero no puedo orbitar a su alrededor. Después de que todo hubiera acabado, el domingo pasado, seguimos manteniendo el contacto por sms durante la semana. Ella se mostró esos días, lunes, martes, miércoles, jueves, graciosamente dolida por mi abandono, coqueta, dispuesta y aun encantada de seguir jugando a que nos gustamos mucho, aunque no nos lleváramos bien. Yo he ido cada vez más entrando en mi papel, el que ella me tendía, de amante eventual, un poco lejano pero presente para ella, levemente cínico aunque dispuesto, cada vez más, para su socorro en cualquier momento.
Y anoche hablé con ella por teléfono. Seguramente aburrida por su triunfo sobre mi voluntad doblegada, cansada del muñeco creado, me dio calabazas, me recordó mi carácter imposible, me dijo que sí, que me apreciaba y tal, pero que no quería quedar conmigo. Rompió mi alegría, la ligereza con que estaba tomandome el asunto, y le bastó un toque sutilísimo (un "yo te aprecio") para hacerme trizas.

Jugó conmigo, quiero decir, y ganó.

Se echa de menos aquel viejo mundo de joven, de cuando no se jugaba a ganar o a perder sino por el placer mismo del juego, de la vida como juego. Se echa de menos cuando se siente que se ha perdido, quiero decir.

sábado, 31 de julio de 2010

Fealdad - Belleza

Leí hace años, no recuerdo dónde, que nunca puede decirse de una mujer que es fea hasta que no se la ha visto en el gozo del amor, que la menos bella puede parecernos en esas circunstancias hermosísima. Suscribo totalmente la frase, a mi me ha ocurrido irme a la cama con mujeres que no me atraían mucho, acostarme con ellas con reticencias pero encontrar después en su mirada, en sus rostros y en sus cuerpos, mientras, una belleza inmensa.
Claro que también me ha ocurrido al contrario: Una hermosa mujer transformada en el momento de la verdad en un monstruo inquietante.

viernes, 30 de julio de 2010

Lola II

Resulta que ahora Lola no me contesta, como si no existiéramos uno ni otro. Anoche por fin me puso un mensaje diciéndome que estaba tomando algo con un compañero de trabajo y hoy no me contesta, la muy... Hay que joderse.
He vuelto atrás después de escribir una frase para prevenir al posible lector, porque suena a farol, lo que me ha hecho volver atrás y escribir este breve prólogo, la frase en cuestión, es la siguiente: "pocas mujeres, cuando realmente me gustan, se me resisten". Eso es lo que tenía escrito. Es algo raro, pero es cierto. No es menos raro que yo sea incapaz de resistirme a los encantos de una mujer fatal como Lola.
Ayer enamoriscado de una criatura encantadora, hoy harto de eso llamado el "universo femenino". Mi amigo Camacho dice que el amor es como una montaña rusa, y tiene razón. Las relaciones con las mujeres, las mias al menos, son así, intensas, neuróticas, invivibles.
Ayer durante el día me comporté igual con ella, con frialdad, no respondiéndola a propósito a sus mensajes. Experimento capítulos de absoluta arrogancia cuando alguien me gusta mucho. Creo que me está haciendo pagar mi estúpida indifrencia de ayer con la suya de ahora. Otra de mis elucubraciones más optimistas consiste en pensar que me dice lo de su compañero de trabajo por darme celos, celillos, darse interés. Sea una u otra cosa la situación no me preocupa mucho, si fuese una réplica a mi comportamiento lo vería hasta bien. Y por otro lado nunca he sido celoso. Ya digo que estas son básicamente las dos explicaciones amables que encuentro a la situación.

Todas las demás explicaciones pasan más o menos porque Lola, por algún motivo, haya decidido pasar de mi. Y eso sí me preocupa.

Miércoles luminoso, jueves gris, viernes negro.

jueves, 29 de julio de 2010

Lola

Se pone uno contento cuando le surge una cita inesperada. Ocurrió anoche que, asistiendo a un concierto de jazz en Lavapiés, conocí a una chica, una mujer morena, de ojos negrísimos que, aunque nada tenga que ver con su verdadero nombre, llamaré Lola.
Como de costumbre los mejores deseos para mi: ojalá hable mucho de ella en adelante.
Lola es morena, morenaza, españolaza de ojos negros. Cuando la vi anoche yo, que ni de chaval entraba a las muchachas en los bares, que nunca en mi vida lo he hecho (alguna vez, quizá, muy borracho, con lamentables resultados), me fui para su mesa y le confesé un poco nervioso que me tenía fascinado, literalmente. Era verdad. Me dijo al rato que le caí en gracia por mi audacia, presentarme ahí ante ella y soltarle eso así de sopetón, estando sentada con un tío. Pero yo contaba ya con que ese tio no era nada suyo, incluso deduje por algún signo invisible que se trataba de un homosexual amigo de ella. Acerté a medias: era homosexual, pero era su hermano.
Hablé con Lola casi a solas porque su hermano, muy discretamente se retiró un poco de la mesa y de la conversación. Lola no tiene una gran cultura ni elevados ideales, pero tiene esa inteligencia práctica, vivaz, que distingue a las mujeres. Me fastidia un poco no poder hablar con ella de Lipovetsky
Me gustó Lola nada más empezar a hablar con ella. Teniendo que trabajar hoy no tuvimos tiempo para mucho. Cogí el último tren para Getafe y ella cogió el coche para Alcalá de Henares. Hoy estoy destrozado de cansancio, pero más feliz que unas castañuelas. Me comprometí con ella a hacerla un recorrido turístico por Getafe este fin de semana.
Esta mañana me ha puesto un sms diciéndome que tiene ganas de quedar conmigo (¡toma ya!), y que caí bien a su hermano, que le parecí un buen tipo. Esa aprobación de su hermano, no sé por qué, me la he tomado como una aceptación de Lola en su vida.
Este fin de semana, pues, me afeitaré para la cita, me pondré la camisa oscura, dormiré todo lo que pueda e intentaré ligármela, literalmente, porque me encanta.

lunes, 26 de julio de 2010

Reavivado

Dispongo de un paradójico mecanismo interno que, cuando la cosa se pone mal, salta. Creo que es se trata de un sistema de autodefensa, de supervivencia emocional, aunque no puedo estar seguro.

Situémonos: la cosa se pone mal (las cosas se ponen mal no a veces, sino muy a menudo), y entonces paso unos días desolado, triste, abatido y sin esperanza ninguna, bastante mal. En estos días suelo sentirme muy solo, en efecto lo estoy. La crisis es total, la oscuridad (una oscuridad ciertamente gris) lo invade todo, no leo, no escribo, fumo mucho, juego a la Playstation solo en casa, apago el teléfono. Estos periodos oscuros suelen durar un par de días, tres a lo sumo. Los padezco una, como mucho dos veces al año, y siempre llegan después de una decepción enorme que fue precedida de una resplandeciente esperanza, ya marchita.

Otros periodos oscuros no son tan graves, en estos otros me dejo arrastrar por un suave y llevadero pesimismo que resulta casi seductor, como una mujer fatal. Es completamente negro. En estos periodos no tan graves leo compulsivamente y fumo mucho, aunque no escribo, y generalmente mantengo el móvil apagado para evitar sobresaltos y regodearme de paso en mi a todas luces inmerecida soledad. Mi ánimo es descaradamente misántropo en estos días y hasta me molesta recibir un mensaje cuando enciendo el mócil. Paso así una semana al mes, más o menos. Soy consciente de que estas etapas son algo estructural en mi, una avería irreparable en mi carácter.

Bueno, a lo que iba. Tanto del primer tipo de hundimiento (el del gris desolador del que solo espero que pase el tiempo jugando a la Play) como del segundo (la negra, activa y misántropa reclusión interior y exterior) emerjo de la misma manera al exterior. Es como un método, diseñado por un demonio interno, pero método después de todo. El mecanismo que se dispara en mi interior ante estas emergencias que padezco consiste en ese sabio y sano grano de locura necesario. Llego al trabajo, como he llegado hoy, transformado en un irreverente gilipollas al que todo le importa un bledo, digo lo que me parece consciente de que no hay mucho que perder y no sé por qué, de pronto, después de algunos días, vuelvo a miro a la gente a los ojos, bien dentro de los ojos.

Los efectos, la mejora, la vuelta al mundo no se hace esperar. Tarda apenas unos minutos.
A diferencia de las caidas, que suelen ser paulatinas como la razón pensante, mis restablecimientos se consuman en solo una mañana y son momentáneos, como un fogonazo.

sábado, 24 de julio de 2010

La palabra es todo

He leido esta mañana un artículo atinadísimo de Victor Gómez Pin. Como no creo que vaya a escribir hoy os pego el enlace:
http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/autores/ar
ticulogomezpin.pdf

Un saludo, y feliz fin de semana a todos.

viernes, 23 de julio de 2010

Ajedrez

Llevo semanas sin jugar al ajedrez. Desde que lo dejé con Artemis.
Artemis y yo jugábamos algunas veces al ajedrez. Yo llevaba años sin jugar, pero ya desde el principio yo siempre la ganaba. Me decía que jugaba muy bien, y a mi me gustaba oirlo. Así que durante el periodo en que estuve con ella dediqué algún tiempo diario a practicar por internet, de ese modo me mantenía en forma. Me gustaba pensar que podría ser un excelente jugador de ajedrez, por ella.
En realidad lo importante no es tanto que sea por Artemis o por cualquier otra. Lo que me preocupa es que con cada mujer con la que estoy represento un papel, un papel muy ligeramente distinto, pero distinto cada vez. Al final creo que acaba no gustándome ninguno de los personaje que interpreto. Incómodo, necesito finalmente cambiar de papel muy a menudo, mucho más a menudo de lo que veo alrededor.
En cierto modo envidio esa forma de hacerse una personalidad, entregarse a un papel. Estoy convencido de que una actuación perpetua, la misma comedia sin fin, facilitaría mucho las cosas.
El caso es que ya no juego al ajedrez.

jueves, 22 de julio de 2010

Serpiente

Esta mañana se nos ha colado una serpiente entre el material que habitualmente tratamos aquí. Trabajando donde trabajo (una prometedora empresa rebosante de profesionales jóvenes, ambiciosas y de escasos escrúpulos) podría sonar a figura retórica, pero no es el caso: esta era una serpiente real, bífida, ofidia, etcétera.
La serpiente no era muy grande, no mucho más gruesa que mi dedo gordo y como mi antebrazo de larga, más o menos. Nos ha llegado con unos palets procedentes del levante español. Uno de los chicos del almacén cuyo nombre desconocíamos todos hasta hoy se la ha encontrado al retirar una caja y, según nos contaba después, la serpiente le ha recibido tiesa, a la defensiva, emitiendo un amenazante bufido y lanzándose hacia él, sin llegar a alcanzarlo. Rápidamente ha corrido a avisar al encargado de turno antes de actuar. El responsable de turno discretamente le ha proporcionado un guante grueso, de esos que se utilizan para soldar, y le ha acompañado a cogerla. No sin riesgo consiguieron atraparla y encerrarla en un bote de cristal transparente que, una vez bien cerrado, fue paseado triunfalmente por los despachos para su exhibición pública. Por cómo lo ha ido contado, el muchacho sin duda ha experimentado una especie de aventura laboral sin precedentes en su vida.
La atracción del bote con la serpiente dentro ha sido el trofeo que ha permitido a nuestro héroe por un día recorrer las oficinas, un mundo habitualmente vedado para él, y alternar con nuestras chicas guapas y nuestros jefazos, en un ambiente aséptico y acondicionado. Las chicas y algunos de los chicos (yo incluido) hemos reaccionado al verla con una especie de escalofrío, la serpiente ha producido en la mayoría de nosotros una especie de malsana atracción. Las chicas más remilgadas se han estremecido, horrorizadas, alguna incluso ha ahogado en la garganta una especie de grito o gemido de pánico al encontrársela por sorpresa. A través de los agujeros de la tapa podían escucharse los bufidos del bicho.
Rodeado de estos politiqueos, de estas complicadas y frágiles arquitecturas con que nos movemos en sociedad, en familia, en el trabajo, la irrupción de la serpiente, una manifestación tan malvada y simple, ha supuesto aquí dentro una verdad intolerable. Al acercar el dedo la serpiente atacaba el cristal, movida por una agresividad sin pulir, auténtica, una actitud aberrante para los humanos. Qué mal comportamiento, menudo instinto tenía la serpiente, qué poca educación, qué gran ejemplo.
El chico me ha parecido encantador, por cierto, llevando la serpiente bajo el brazo no ha acusado la extrañeza de pasearse por un ambiente tan impropio de sus hábitos. Con el poder de la serpiente dominado y envasado apenas ha titubeado incluso al contacto de las muchachas más bonitas y de los jefes más arrogantes. Se ha granjeado el respeto de todos. De ahora en adelante lo saludaré siempre que lo vea por la nave, y sospecho que no seré el único.
Mirando luego en internet, por las fotos, he aprendido que la serpiente no es venenosa, que es agresiva, que se trata de una especie autóctona y protegida de la Comunidad Valenciana, y alguna otra minucia que no recuerdo. Alguien aquí ha propuesto quedarnos con ella metida en una urna.
Mi intención al empezar a escribir esto consistía en hacer una analogía entre la serpiente y nuestro aborrecible carácter (sí, sigo misántropo), pero después de escribir esto veo que sería una mascota poco representativa. La maldad de la serpiente es demasiado límpida para ser comparada con la humana.

Al chico de la nave le han quitado la custodia y al parecer han decidido entregársela a una organización que se encargue de ella.

Qué pena no saber colgar fotos aquí; era preciosa.

martes, 20 de julio de 2010

Camacho, macho

Intentaré ser lo más conciso posible.
Tengo un amigo de la infancia, Camacho, el que se casó con Ofelia, ya hablé de él en otra entrada.
Tengo también un trabajo al cual tengo que entrar a las 7,00 ahora en verano. Ayer me llamó Camacho para pedirme que le llevara esta mañana a Atocha que tenía que coger el AVE. Si habitualmente tengo que levantarme a las seis y media para llegar solamente un cuarto de hora tarde al trabajo, mi amigo me estaba pidiendo que me levantara a las cinco y pico para ir a por él y llevarle a Atocha. No es la primera vez que me pide cosas así, aunque yo nunca le he pedido nada parecido a él ni a nadie nunca. Supongo que soy demasiado orgulloso para hacerlo.
Pero debo intentar ser conciso para no ahuyentar a posibles seguidores. Al grano macho.
El caso es que, como creo que más o menos ya conté, mi amigo y yo desde hace tiempo no vivimos sino en las postrimerías de lo que fue nuestra gran amistad, ya perdida por mucho que hagamos los dos como si no fuera así. Ahora él es un joven empresario empeñado en su trabajo y en zp que a mi, francamente, me aburre bastante; algo que jamás hubiera pensado de él hasta no hace tanto. Vive en la órbita de su mujer, Ofelia, ya dije, una mujer cuyas opiniones y cuyas cosas, cuando no me aburren, me irritan. Aun así y todo a menudo me siento incapaz de no hacer favores así si me los piden, es una debilidad que tengo.
Esta mañana le he ido a buscar, como decía, con un sueño tremendo como es natural. Camacho presume por cierto mucho, muy a menudo, con esa arrogancia solapada propia de quien se las da de modesto, del mucho dinero que tiene. Mi madrugón le permitía ahorrarse unos 40€ de taxi, supongo. Pensaba en eso mientras desayunaba. El caso es que he llegado ocho minutos tarde a su casa a recogerle, y durante el viaje a Atocha ha hecho visibles esfuerzos por no parecer, además de aprovechado, antipático y desagradecido. Me ha preguntado por mis mujeres, por el resto de amigos, mientras miraba nervioso el reloj. He visto con una claridad dolorosa que no le importa otra cosa que su negocio, su familia y el Real Madrid. Cuando hemos llegado se ha bajado y ha salido corriendo casi sin despedirse (cosa perfectametne normal por otro lado, porque perdía el tren).
Por lo general, aun en crisis declarada como estoy ahora, si no tiene nada que pedir, como un plan de escape de Ofelia ni nada así, pasa días sin llamarme, y en general soy consciente de que no le importan mucho mis asuntos, mis opiniones, mi estado. Se nota cuando las cosas que cuentas no interesan al otro.
En fin, no me gusta este zumbido que, con pocas y confusas palabras, me dice que Camacho se aprovecha de mi, amparándose en mis persistentes y juveniles prejuicios acerca de la amistad para utilizarla como una empresa de servicios. Hoy es la primera vez en mi vida que he tenido esta sensación de que la situación ha llegado demasiado lejos, y que por el mismo orgullo que no me permite pedir favores no los haré tan alegremente a mis amigos en el futuro tampoco. Es horrible ir derribando poco a poco así los muros de las ilusiones juveniles, vivir, ver, comprender.

Porque, ¿qué me importaría realmente ser un imbécil y seguir así sin darme cuenta, feliz por sentir que tengo amigos?

lunes, 19 de julio de 2010

hoy

Artemis sigue sin contestarme al sms que le envié hace unos días, creo que no quiere saber más de mi. Estos días voy siendo consciente de haberla perdido y no puedo creerlo, que hace solamente dos o tres semanas estuviéramos planeando el viaje, y ahora esto. En fin.
Lo dicho: mis relaciones con las mujeres están malditas.
Por otro lado a veces me acomete un odio atroz, inconfesable, a ciertas cosas que ordinariamente amo.
Una sensación de pesadez, de continua impertinencia. El cinismo a flor, mojándolo todo.
Y sin embargo plenamente consciente de no ser esta etapa, estos días, sino un paso de más de baile, necesario para una vida que se precie de verdadera.

sábado, 17 de julio de 2010

ambición y "humildad"

Examínate en el instante en que la ambición te atenaza, cuando ya es fiebre; después diseca tus «accesos». Comprobarás que están precedidos por síntomas curiosos, por un calorcillo especial que no dejará de seducirte ni de alarmarte. Intoxicado de porvenir por haber abusado de la esperanza, te sentirás súbitamente responsable del presente y del futuro en el corazón de la duración, cargada de tus estremecimientos, y en cuyo seno, agente de una anarquía universal, sueñas estallar. Atento a los acontecimientos de tu cerebro y a las vicisitudes de tu sangre, embebido en tu perturbación, espías y adoras sus signos. Si la locura política -fuente de trastornos y de malestares sin igual- ahoga, por una parte, la inteligencia, por otra favorece los instintos y te sumerge en un caos saludable. La idea del bien, y sobre todo del mal, que te figuras llevar a cabo, te regocijará y exaltará; y será tal el tour deforce, el prodigio de tus achaques, que ellos te convertirán en dueño de todos y de todo.
Sentirás a tu alrededor una perturbación análoga en los que estén carcomidos por la misma pasión. Y mientras la padezcan serán irreconocibles, presas de una embriaguez distinta a todas las demás. Todo cambiará en ellos, hasta el timbre de su voz. La ambición es una droga que convierte al que le es adicto en un demente potencial. Quien no haya observado esos estigmas -ese aire de animal trastornado, esos rasgos inquietos y como animados por un éxtasis sórdido- ni en sí mismo ni en ningún otro, permanecerá ajeno a los maleficios y a los beneficios del Poder, infierno tónico, síntesis de veneno y de panacea.
Imagina ahora el proceso inverso: la fiebre desaparece y te sientes otra vez desencantado, normal en exceso. No más ambiciones, no más posibilidades, pues, de ser algo o alguien; la nada en persona, el vacío encarnado: glándulas y entrañas clarividentes, huesos desengañados, un cuerpo invadido por la lucidez, puro en sí mismo, fuera de juego, fuera del tiempo, sujeto a un yo congelado en un saber totalsin
conocimientos. ¿Dónde encontrar el instante que se escapó?, ¿quién te lo devolverá? Por todas partes, frenética o embrujada, hay una muchedumbre de anormales a quienes la razón ha abandonado y vienen a refugiarse cerca de ti, el único que comprendió todo, espectador absoluto, perdido entre los engañados, reacio para siempre a la farsa unánime. Como el intervalo que te separa de los otros no deja de agrandarse, llegas a preguntarte si no habrás percibido una realidad desconocida para los demás. Revelación ínfima o capital, su contenido permanecerá oscuro para ti. De lo único que estarás seguro es de tu ascensión hacia un equilibrio insospechado, promoción de un espíritu que se ha apartado de la complicidad con otro. Indebidamente sensato, más ponderado que todos los sabios, así aparecerás ante ti mismo. Y si acaso todavía te asemejas a los locos que te rodean, sentirás, no obstante, que una insignificancia te distinguirá de ellos para siempre; esta sensación, o esta ilusión, hace que, aunque ejecutes los mismos actos que ellos, no les imprimas ni el mismo ímpetu ni la misma convicción. Hacer trampas será para ti una cuestión de honor y la única manera de vencer tus «accesos» o de impedir su retorno. Si para ello has tenido necesidad de una revelación, o de un hundimiento, deducirás que los que no han atravesado por una crisis similar se abismarán cada vez más en las extravagancias inherentes a nuestra raza.
¿Se dan cuenta de la simetría? Para transformarse en un hombre político, es decir, para adquirir el corte de un tirano, es necesario un trastorno mental; para dejar de serlo, se impone otro trastorno: ¿no se tratará, en el fondo, de una metamorfosis de nuestro delirio de grandeza? Pasar de la voluntad de ser el primero en la ciudad a la de ser el último en ella, es cambiar, mediante una mutación del orgullo, una locura dinámica por una locura estática, un género de enfermedad tan insólito que la renuncia que lo precede, y que tiene que ver más con el ascetismo que con la política, no forma parte de nuestros propósitos.

Cioran, Historia y Utopía.

miércoles, 14 de julio de 2010

Bruja

Hoy he vuelto al trabajo.
Una de las pocas opiniones que el personal de mi empresa comparte es que en nuestro trabajo tenemos una compañera que es una auténtica bruja. Ateniéndonos a un riguroso procedimiento democrático podemos afirmar, pues, con total autoridad que en efecto mi compañera es una bruja.
Entrar a enumerar o valorar los comportamientos que nuestra compañera adopta para haberse granjeado ese título sería amargo y arduo. Baste decir que no entra en los parámetros de lo que comúnmente se tiene por una buena persona. A grandes rasgos diré que nos parece a todos artera, maledicente, chivata y grosera. Una joya. Aunque estamos todos hartos de ella no la despiden es porque, después de tantos años, la indemnización les saldría muy cara a los jefes.
A pesar de esta soltura con que lo empleo, dicho término ha sido pronunciado hoy por primera vez en voz alta aquí dentro, que yo haya oido. Una compañera, refiriéndose a ella tranquilamente como "la bruja esta" ha contado a los demás alguna fechoría perpetrada el día antes. No se ha producido estremecimiento ni rumor alguno entre los oyentes al ser pronunciada la palabra "bruja" (la palabra tiene su miga. Por mi experiencia he comprobado que actualmente se emplea para designar a un elemento llamémosle nocivo, socialmente indeseable). El caso es que al escuchar la palabra y al percibir el efecto causado me ha venido a la cabeza la extinta Inquisición española., institución que a mi juicio ha sido víctima de una larga e intencionada campaña de descrédito, sobre todo por los extranjeros, que la utilizaron como símbolo de la barbarie y atraso español.
Bebiendo de mi botellita de agua helada, incendiado por la imaginación de un Torquemada que entrase aquí a caballo a hacer por fin justicia, a restablecer el orden. El proceso no sería largo, y dejaría nada más que unas cenizas, pocas, y una nube quizá de mala conciencia que se disiparía en unos pocos días. Después la paz, porque la paz a veces se hace a fuego como el amor.

En el fondo todas mis notalgias de España son así de simplonas.

(no obstante, habiéndose abolido la inquisición, tipificada la hoguera como delito penal, no me quedará otra que urdir una colecta entre mis compañeros para subvencionar el despido, el destierro de la bruja)

martes, 13 de julio de 2010

Circo

Como no me sale escribir en las alegrías voy a escribir, por fin, una pena. Y una pena además relacionada con el éxito, o con la estética del éxito.
Estuve en Madrid recibiendo a los campeones del mundo. Me hacía ilusión ver pasar frente a mi esa copa que tantas veces (Maradona, Pelé, Beckenbauer, Zidane) había visto en manos tan ilustres por la televisión, una copa que hasta ayer era para mi algo irreal, ajeno, meramente televisivo.
La espera en Cibeles, a pesar del calor, de las vuvuzelas, del retraso y la cantidad de gente no estuvo mal. Se palpaba alrededor, cierta emoción contenida por verlos aparecer, doblar por la calle Alcalá. El acontecimiento ya digo tenía algo de histórico, algo para recordar y sacar el móvil para sacarle una foto. El autobús descapotable con ellos encima pasó en un santiamén. Recuerdo a Capdevilla como de carnaval, a Xavi con la copa saludándonos muy contento, a Cesc sentado tirando un beso a una chica detrás mio que lucía un magnífico escote, a Piqué en pie, como una estatua magnífica, de enormes ojos y agarrado a la barandilla con ambas manos, muy tieso, y ya está. Pasó sin más.
Me encontraba un poco cansado del gentío y me fui a casa a ver la celebración final por la tele. Hubiera sido bonito, habiendo sido seguramente lo más grande que le ha sucedido a este pais en mucho tiempo, haber hecho una celebración final no dirigida por un payaso televisivo como el Latre ese, por ejemplo. Para una ocasión así yo imaginaba (iluso, romántico de mi) que llevarían a la tribuna a recibirlos a Di Estéfano, a Raúl, a Aznar y a Felipe, a Joaquín Sabina, Rafa Nadal, Zubizarreta, Matías Prats, Almodóvar, Luis Suárez, Guardiola y hasta Eduard Punset, cojones, qué se yo. La flor y nata de un pais puesto en pie, reunido por un acontecimiento como este. En vez de eso la celebración consistió en un circo aderezado por David Bisbal dando sus giros y sus berridos con los futbolistas haciéndoles los coros. Y una cosa algo más entrañable por lo senil, completamente casposa, con Manolo Escobar después. Luego a hacer el indio todos, sin muchas ganas, el trenecito y cosas así. Una invocación a ese ciudadano medio atontado, fiestero y adolescente que la tele y otros poderes quieren hacer de nosotros. Una incitación a la cocaína. Piqué, Puyol, y otros hombres jóvenes que andaban por allí, austeros y alegres como su pueblo, debían estar pensando ya, cuando llegaban a la explanada y veían el percal, que iba siendo hora de volver a Cataluña, y no me extraña.
¿A qué región de España corresponden esos números de revista cutre y borracha que ejecutaron anoche para celebrar algo tan histórico? No a Castilla, ni al Pais Vasco, ni a Asturias, ni a Cataluña desde luego. España nunca ha sido así, nunca había sido nuestro estilo, crean lo que crean los guiris. Y el estilo lo es todo, no solamente en el campo.
Qué poca clase, España.

sábado, 10 de julio de 2010

El largo y cálido fin de semana

No sé si será por el calor, pero me ha helado en mi vuelta a España esta especie de compás de espera que creo percibir por la calle, entre la gente. Hoy he salido a pasear y me he encontrado con que apenas hay movimiento, nervio.
Sospecho (por lo que viví en Arlés el jueves) que tras la explosión de júbilo que siguió al victorioso partido contra Alemania, tras el pase a la final y al comprensible estado de estupefacción que a la mañana siguiente debió acometer al españolito de a pie por un acontecimiento tan raro, el país se encuentra ahora entre atónito y expectante por la sola posibilidad de un triunfo así, contando las horas (27 exactamente para que empiece el partido). Ni siquiera se habla demasiado del asunto, de un asunto que todos andamos mascando (los futboleros, los anti-futboleros y aun un poco los a-futboleros).
Una ola de trascendencia parece haber barrido las calles, todos velando armas para librar mañana a las ocho y media la batalla final, cuarenta y seis millones de personas. Ni una bocina, ni una voz, ni un debate, todas las banderas quietas en los balcones bajo el sol aplastante de julio; apenas se leen noticias, opiniones o novedades en la prensa; apenas se habla en las radios. Un país entero confinado, echando una devota siesta de fin de semana, descansando para lo que se avecina.
Vamos, España.

viernes, 9 de julio de 2010

Maldición

Tengo colgada alguna especie de maldición en mis relaciones con las mujeres. A falta de explicaciones concluyentes no me queda otra creencia que la maldición de Jimena (ella siempre tuvo algo así como de bruja, y me vaticinó en nuestra última ruptura que nunca me iría bien con ninguna otra mujer, de eso han pasado ya unos años y, casualmente o no, acertó).
Las maldiciones son algo así, creo yo: penden recatadas de la conciencia, y solamente se presenta su verdadero peso cuando se produce el movimiento de quien inadvertidamente la lleva colgando. A menudo la felicidad, o la dicha, o el más modesto impulso sirve para que se manifieste ese fastidioso, maldito y misterioso fardo pendular.

Ahora que lo releo pienso más bien que esto de las maldiciones consiste más bien en un intento (bastante tosco por cierto) de explicar lo inexplicable, de encadenar este caos aun con metafísica, o magia, pero bueno. El caso es que mi viaje a Francia con Ártemis ha resultado un desastre, que ayer en la playa rodeados de sol, bañistas, un poco fastidiado, le dije que quería volver a casa, unos días antes de lo que teníamos previsto.

El caos del que hablaba es más o menos este: ¿Por qué no puedo enamorarme? ¿Cómo es que todo (desde Carcassone a las conversaciones íntimas que me rodean) me resultan tan postizo, tan artificial? ¿Cómo puede ser que me parezcan más auténticas algunas ficciones que lo que entre todos convenimos que es “la realidad”?
Artemis es una mujer maravillosa desde todos los puntos de vista. Si la juzgase imparcialmente no me quedaría más remedio que decir de ella que es elegante, culta, divertida, inteligente, y guapa. No exagero. Y sin embargo su compañía me resulta la mayor parte del tiempo insufrible. Me fastidian sus excitados esfuerzos por agradar, sus anécdotas del pasado, esa sensualidad huidiza suya y ese contagioso estado de congoja en el que parece vivir. El jueves por la mañana, en Arlés, la confluencia de esos estados acumulados durante días fue declarándose hacia el mal humor. Solamente cuando le dije que todo había acabado, que me volvía a mi casa, durante nuestro viaje de vuelta entre explicaciones, canciones en el cd y algunas lágrimas, volví a verla y a escucharla plena como al principio, valiente, sin más intención que la verdad por dolorosa que esta fuera. Recuperé a la chica que me gustaba una vez que la había perdido. Caí así, de repente, en lo que estaba escapándoseme, otra maravillosa mujer más. Sí, Artemis, otro gran amor perdido, tan lunar, que resplandece solamente en la desdicha, y que nunca volverá a ser mia.

Pido solamente a los dioses que se ocupan de estas cosas del amor que no me castiguen por despreciar así sus dones, que sean indulgentes conmigo. Se lo imploro.

Les agradezco todo lo que me han dado.

No obstante creo estar listo para cuando me llegue el frío, para cuando todas estas piruetas y trompicones amorosos acumulados empiecen a dolerme.

Aceptaré sin rencor el castigo de la soledad, si las divinidades deciden que ya está bien conmigo.


Por si acaso, ¿alguien que lea esto podría recomendarme alguna bruja que eliminase el maleficio de Jimena?

Muchas gracias.

jueves, 1 de julio de 2010

Wislawa

Hola a todos los fieles seguidores de mi blog.

Como hoy he tenido tanto trabajo, acabo de llegar a casa y tengo que preparar las cosas del viaje de mañana he decidido que mejor voy a colgar una de las poesías descubiertas recientemente que más me gustan, de una autora polaca premio Nobel de mediados de los 90, entre otras cosas.

ALABANZA DE LOS SUEÑOS

En sueños
pinto como Vermeer van Delft.

Hablo griego con fluidez
y no sólo con los vivos.

Conduzco un coche
que me obedece.

Poseo talento
y escribo grandes poemas.

Oigo voces
no peor que los venerables santos.

Mis dotes pianísticas
os dejarían boquiabiertos.

Revoloteo como es debido,
es decir, por propio impulso.

Me precipito desde el tejado
y sé caer, suave, en el verdor.

No tengo problemas
para respirar bajo el agua.

No puedo quejarme:
he descubierto la Atlántida.

Por suerte sé despertar siempre
antes de morir.

En cuanto una guerra estalla
me vuelvo del otro lado.

Soy hija de mi época
pero no por obligación.

Hace un par de años
vi dos soles.

Y, anteayer, un pingüino.
Con meridiana claridad.

miércoles, 30 de junio de 2010

Visita

Vino esta mañana mi ahijado al trabajo. Tratándose de un niño de menos de un año quiero decir que su madre, Ofelia, lo trajo en brazos.
La visita ha transcurrido sin anomalías. Cuando Ofelia apareció con el niño en la recepción de la empresa un nutrido grupo de mujeres de todas las edades y departamentos rodeó inmediatamente a madre e hijo. La cantinela propia de tan apresurado coro consiste como todo el mundo sabe en arrumacos, cancioncillas estúpidas incluso para un niño y exclamaciones de admiración hacia la criatura que se dirigen a la madre, halagándola. En pocos minutos, a veces menos, empieza a aparecer por allí algún hombre, o alguna que otra mujer rezagada por algún asunto del trabajo. Pasan unos minutos. Es durante estos minutos inmediatametne posteriores a la explosión de júbilo inicial cuando los concurrentes entran a valorar el parecido del chaval, unos dicen que más al padre, otros a la madre; habitualmente, salvo alguna aberración genética que imposibilite la discusión, unos y otros concuerdan en que el niño se parece mucho a padre y madre, a los dos.
Un poco más tarde llegan otros compañeros de trabajo, más desafectos a la madre, junto con algún mando medio sonriente y discreto. El ritual de este segundo grupo es menos entusiasta, aunque idéntico al anteriormente descrito.
En último lugar baja siempre algún jefazo que le hace tontería simpática de turno al chaval (habitualmente un pellizco en la mejilla, una mano que despeina, gesto sea cual sea ejecutado nunca completamente en broma), y por algún motivo al niño nunca le cae en gracia la broma, ni el jefazo tampoco.
Por último, la madre lo lleva al departamento al que ella pertenece y está allí un rato con sus compañeros habituales, hablando como es menester de cosas referentes al niño y la maternidad. El niño pide una galleta y a mi se me cae la baba viéndole tan contento, tan vivo, con tan poca experiencia y sin ningún cansancio por una situación tan burda. La galleta que tiene es la única galleta. El brillo de los ojos del niño renueva y alumbra lo más trivial de la escena, inunda de luz los objetos que mira y toca. Aquello que fue una grosera grapadora azul pronto queda convertido en sus manos en un fascinante artilugio, un juguete, un milagro ontológico. Todo es así con el niño.
El niño está tan fresco ahora, comiéndose la galleta con apenas tres dientes, buscándome los brazos para que lo agarre.
Hacia el final de la visita nos sacan una foto juntos. Al rato pasamos la foto por el correo interno y yo me veo allí de repente en la pantalla, tan viejo y cabizbajo a su lado, tan paralizado por la conciencia que va trepándonos por los años como una esclerosis, tan fuera de sitio, y el niño tan dentro, que me parece imposible haber sido yo alguna vez como mi ahijado, o que mi ahijado vaya a parecerse a mi algún día. Alma o cuerpo, espíritu o materia. Cuál es la diferencia, la preferencia, qué va antes, qué anima a qué, qué se yo. Acaba capitulando uno, se acepta el ultraje del tiempo un poco de mala gana e incluso, durante un incontenible instante, surge la ilusión de comprender algo.
Luego retomo mi estupor habitual mientras trabajo, es de rigor: facturas, albaranes, frases hechas. Observo por la ventana cómo pasan los camiones y cómo, entre un camión y otro camión, Isa cuela el coche que se lleva al niño.

martes, 29 de junio de 2010

Jimena

Tuve una novia de la que todos los días me acuerdo con pena, pero sin exagerar. Y si pudieran escrutarse esos segundos en los que me acuerdo de ella, las continuas ráfagas en las que ella pasa por mi mente, decir a diario aun sería quedarse corto. Ahora, después de tantos años sigue sin pasar un día en el que, por un motivo u otro (un olor, esa canción, mi fe perdida, unos pimientos rellenos de bacalao o un paseo por Madrid) no la recuerde. No sé cuántos años estuvimos y vivimos juntos, muchos años, en el mejor de los casos demasiados, en el peor demasiado pocos. La dejé definitivamente varias veces a lo largo de esos años, y es de sentido común entender que la dejé varias veces porque me resultaba tan imposible aguantarla como resistirme a sus brazos, a su voz, a su cuerpo; la recaída tenía lugar por lo general un sábado. Aun consciente de lo absurdo quería verla siempre una vez más, que me hablara, que nos hiciéramos un último porro, que nos acostáramos consumidos por el deseo del otro y nos levantáramos a la mañana siguiente para imponernos las nuevas condiciones del nuevo pacto que de una vez por todas por fin estableciera, en fin, ya sabes. Esos domingos de reconciliación bajábamos a Lavapiés por la mañana como dos niños a un mundo por estrenar. Los bares mugrientos ofrecían un interés inagotable, las personas con las que nos cruzábamos eran objeto de conversación y especulaciones durante varios metros, el parque del Retiro nos olía como la misma selva tropical. Naturalmente pasado un tiempo todo se iba al garete, la mugre era sólo mugrienta, la gente gris y el parque del Retiro un lugar lleno de bichos e inmigrantes que incordiaban con la pelota. Rero resultaban tan dulces, tan hermosas, aquellas reconciliaciones nuestras que me parecen ahora desde este otoño, a pesar del dolor padecido, lo más hermoso de la vida, de mi vida.

Antes de nada, para situarme, haré una breve cronología de mis relaciones más importantes, sustituyendo los nombres reales por otros más sugerentes y exactos para mi en algunos casos que los reales.

Veamos, yo nací en el 74
- De 1992 a 1999 estuve con Begoña, otra mujer de mi vida, de la que hablaré quizá otro día y a la que fui estrictamente fiel hasta que apareció Jimena.
- De 1999 a 2005 con Jimena, con bastantes intermitencias de por medio. Intermitencias durante las que mantuve relaciones más o menos serias con Mari Pili (2002), Sara (2003), y, digamos, Mademoiselle C. (2004), y me enamoré locamente por cierto de la bella Marie Joe, a la que pretendí con tan poco tino que ni llegué a disparar siquiera. Marie Joe tenía un novio policía, algo psicópata, y era amiga íntima de Sara... pero otro día reflexionaré y me libraré de ella, de ellas dos, de aquél entonces, de mi gran amor sin consguir.
- De 2005 hasta ahora, otra relación intermitente, pero esta carnal, sin perspectivas ni dramatismo, con Remedios. Empezamos con intención de establecernos y hacernos una pareja estable pero éramos muy distintos. Mantenemos en cambio dos o tres veces al mes un excelente, sano y refrescante trato físico. Remedios es una de esas personas a las que se quiere a lo largo de la vida, basta con conocerla.
- Violeta (2008) y Martina (2009)
- 2010: En abril más o menos mpecé una nueva relación con una mujer lejana y muy prometedora, a la que estoy proponiéndome querer más con determinación que con alegría. La llamaré Ártemis, espero hablar de ella mucho en adelante. La semana que viene voy con ella a Francia.

Compruebo con esto que en más de veinte años de relaciones serias con mujeres no he aprendido nada.
Y nada más que seis años con Jimena. Nada más que seis años pero que parecen la vida entera, o casi, con su prólogo y su epílogo.

Pero hablaba de Jimena, y aquí la llamo así porque es el nombre que hubiera debido tener nuestra hija: Decía o quería decir que de nuestra última y definitiva ruptura, por ese agrio sabor que me dejó su actitud la noche antes, yo ya sabía que no nos repondríamos. Por supuesto que ella no lo asumió con tanta claridad, dotada de una proverbial y tozuda inconsciencia se las apañó para seguir dándome la lata durante un tiempo, un año más o menos. Luego aunque enmudeció orgullosa seguí sintiéndola cerca, como conectada a mi. Yo percibía y me alimentaba aun de ese vínculo nuestro. Había algo trágico en sentir con ella esa conexión lejana e imperceptible que daba tantas fuerzas, saber que a pesar de los pesares Jimena me entendía, me quería, nos queríamos. Pero un día de repente desapareció. Apartada y ausente, Jimena ya no estaba, y para mi sorpresa me vi de pronto oscuro y torpe, en medio de un mundo crecientemente extraño, sintiéndome por fin abandonado no solo de ella. No fue sino cuando perdí este, digamos, pathos, que me di cuenta de cuánto me gustaba tener a Jimena al otro lado del mundo, en mi órbita, gravitando alrededor mio. Yo podía vivir bien, igual, mientras tanto, tratando de conquistar a una mujer, leyendo libros, saliendo de vacaciones, viniendo a trabajar. Aparentemente podía hacer todas estas cosas con una asombrosa naturalidad mientras sentía activa mi conexión con ella, como un vínculo que, a pesar de la distancia y el silencio entre ambos, me nutría de cierta empatía.
Jimena fue durante el tiempo en que estuvimos juntos, y después, con su presencia ausente, un hilo invisible que me unía al mundo. Sin saber cómo el hilo se rompió, y sin saber por qué Jimena ha vuelto ahora a dar la lata; guerrera, imposible, trágica y adorable Jimena.

lunes, 28 de junio de 2010

Me preocupaba un poco, hoy que tenía planeado que fuera el primer día de mi fraude laboral, haber llegado aquí sin nada que escribir ni que decir. Las mañanas de los lunes son algo espantoso, por el cambio horario que el cuerpo sufre respecto del fin de semana, claro. La famosa sobreteada maldición de los lunes de todo trabajador es una penitencia por nuestras horas de ocio nocturno, un ocio que nos ponen por delante mediante una amplia oferta y que consumimos desesperadamente los fines de semana, los findes.
Me preocupaba, decía, no encontrarme en forma esta mañana para emprender esto, de hecho hasta las nueve y media pensaba que mi firme compromiso con el blog iba a empezar ya tan temprano con una lamentable falta, pero héme aquí que una compañera ha salido en mi rescate y ha pronunciado hace un instante una de esas frases lapidarias suyas que me ha dejado helado. Vaya, ahora no recuerdo la frase de mi compañera (no es un truco, no la recuerdo exactamente). Pero iba en la dirección de esa desmedida ideología moderna del "No limits" o "Impossible is nothing" o cualquier otro lema así de esos positivistas que nos planta la publicidad. Mi compañera ha replicado a otra compañera que intentaba explicarle sus dificultades a la hora de hacer algo con que mira, que no hay nada complicado, o difícil, no recuerdo, y que las complicaciones las ponemos nosotros. Qué disparate.
En esta misma línea, se oye mucho por ejemplo eso de que todo lo que uno se propone lo puede conseguir. Como si pudiese saltar por la ventana y volar por su propio deseo, o entender teoría de la relatividad de forma sencilla, sin crearse complicaciones. La publicidad ha democratizado la hybris, y con ello, la inevitable frustración de tantos y tantos seres que no son Einstein ni Supermán.

domingo, 27 de junio de 2010

Todavía domingo

No me siento forzado a esbozar una especie de biografía preliminar. No pienso tampoco darlo a conocer anunciándome por internet en foros y otros blogs para que la gente, un montón de gente, una multitud, se anime, me lea y me aconseje, aunque no ocultaré que estaría encantado de expandirme social aunque discretamente por medio de esto o de cualquier otro canal.
Veamos: tengo 36 años, soy soltero, tengo una nómina estable , tengo una gata, casa, algunas lecturas y amores perdidos que constituyen para mí mi gran tesoro, tengo a mis padres vivos y sanos y un grupo de amigos no muy numeroso y cada vez más lejano y ajeno, a quienes comprendo cada vez menos. Puedo suponer por las vidas leídas de los libros y en el cine que la mía se encamina de forma inexorable a la tristeza, al aislamiento y, en su último capítulo, bien a la redención, bien al rencor.
Cuando he escrito hace un momento que a mis amigos los comprendo cada vez menos me he expresado con prisa, mal. En realidad creo que comprendo bien a mis amigos, ocurre que me resisto a admitir que nuestras visiones del mundo están cada vez más apartadas y son más incompatibles unas de otras, una desgracia de lo más común, por otra parte.
Con uno de ellos, que llamaré Camacho por discreción, mantuve durante años una relación íntima. Nuestra perdida amistad se sustentaba por entonces en una juvenil y compartida extrañeza ante la vida, una extrañeza esta que nos parecía el único modo coherente de ir por el mundo. Por ejemplo ante eso que los demás llamaban amor nosotros no veíamos sino resignación, acomodo, en una palabra, rendición (Peces de ciudad, Joaquín Sabina). Nos negábamos a pensar por ejemplo que la felicidad pudiera proporcionarla el consumo indiscriminado y la fiesta tonta a la que la sociedad empezaba a apuntarse por entonces, y nos recreábamos a cambio en apasionadas discusiones teológicas, filosóficas y literarias (aunque Camacho nunca leyera mucho) que no llevaban a ninguna parte, pero que nos ocupaba horas y noches enteras; eso fue mucho antes de que los demás pudieran hacernos creer que lo nuestro no era más que esnobismo. En una palabra, rechazábamos en nuestras tertulias la pantomima de la vida burguesa. Veíamos y encontrábamos nuestra humanidad, nuestra pasión y casi nuestra razón de ser en esos laberintos. El caso es que Camacho se ha casado hace poco con una mujer a la que yo juzgo horrible y calculadora. Ofelia (así la llamaré) está convencida de que a las personas se las conoce por los zapatos que llevan puestos, y lo dice con una inflexión de seguridad realmente envidiable. Una mujer todo hay que decirlo poderosa, con una máscara hecha en granito, que lleva a su marido como al resto de la casa: con mano firme por el sendero de la vida adecuada, y que le ha dado un hijo, en quien Camacho ha abdicado. Quizá yo le tenga idealizado a Camacho, a aquel Camacho joven y atrevido, que siempre decía la verdad más inoportuna por mucho que pudiera perder en el lance, o que reflexionaba seriamente sobre los asuntos de qué pintamos aquí, de qué va esto, etcétera. Ahora Camacho es un repertorio de lugares comunes. Conserva su energía para el trabajo, y no discute ya sino para defender con vehemencia ciertos fanatismos evidentes y cómodos. Cualquier tema que pretenda escarbar en la verdad, cualquiera que sea, le incomoda. Una mente que a menudo fue brillante no sabe moverse ya sino entre axiomas. Ya no vuela. Camacho se ha dejado matar a ese humanito encantador y lo ha suplantado por un secundario inseguro que interpreta el papel de hombre recto y que-sabe-lo-que-quiere. Pretende eso sí que no se note el cambio, que comulguemos con su mentira. O bien rellena la distancia del que fue al que es ahora con una ardua retórica sobre la supervivencia, la madurez, las etapas de la vida y demás tristezas.
Creo que Camacho goza de un carácter sumiso, y que ha sustituido su dependencia de mi por la de su mujer, un cambio lógico, bien pensado. Esta renovación ha afectado substancialmente a su forma de estar en el mundo, aunque no parece haberle importado demasiado. Tiene sus molestias aceptar que aquellas conversaciones y aquél mundo nuestro que yo juzgaba tan sublime, tan relajado y tan de igual a igual no fuera sino una mascarada como cualquier otra, que yo me engañaba como en tantas otras cosas.
Por las veces que le veo sería incapaz de decidir si es feliz o no con su nueva vida. Como yo no soy muy feliz tampoco me atrevería a darle consejos, sacudirlo, joder su matrimonio.
En una palabra a menudo, muy a menudo, me aburre Camacho, sus cosas. Ya me sé sus opiniones. Lo hubiera creído imposible antes de Ofelia.
No es que considere algo egoísta (malo) corromper algo tan vivo como un matrimonio con un hijo sólo porque a mi me aburren, es más que lo veo innecesario.
Parece que todo obliga a alejarse, y sin embargo me empeño en mantener su amistad.
Incluso soy el padrino del niño

Bueno, mañana escribiré más.

Presentación y excusas

Voy a dedicarme al blog por las mañanas; a este blog. Me he impuesto esta obligación de hacerlo, volver a escribir y objetivar así lo que me pase por la cabeza todos los días para vivir algo menos loco. He escuchado a uno de estos sabios y desengañados columnistas modernos hablar de ello por la radio, y pienso que tiene razón.
Me será además de gran ayuda para entretener media, una hora de trabajo todas las mañanas entre semana. Es cuando más fresco me he sentido siempre para escribir. Mientras todos aquí dentro se maten por sus albaranes y sus facturas y demás asuntos fúnebres yo estaré escribiendo así clandestinamente como ahora, delante de sus narices, los más atrevidos disparates. Mientras ellos supongan, supongo, que redacto algún educado y ponderadísimo correo electrónico para un pez gordo espero estar narrando yo, en la más disimulada oscuridad y sin embargo ante ellos, mis más perversos sueños, las múltiples infamias que puedo hacer brotar, que me han acompañados siempre que hace tanto que no escribo. Los fines de semana también: me levantaré, desayunaré y escribiré aunque no tenga nada que escribir. Y luego saldré a correr, correré durante diez minutos más al menos que el día anterior y así me pondré en forma y ligaré más. Después me ducharé y todo lo demás, familia, amigos, la vida, empezará a partir de entonces. Ayudaré a viejecitas a cruzar la calle, apadrinaré a un niño, diré la verdad siempre a menos que sea indispensable mentir. Me he propuesto regenerar mi vida.
Creo que me anima mucho para haberme decidido a empezar con esto ese aspecto que tiene de engaño hacia la gente del trabajo, a mis “compañeros” y jefes; imagino que habrá algo malévolo en ese morbo que encuentro en la impostura, pero bueno. Que el engaño no sea cuestión de un instante, de un rápido truco, sino que se prolongue con el ejercicio mismo de la escritura a lo largo de la mañana no hace sino intensificar el placer de escribir en sí mismo.
Me lo tomo además como una deportiva terapia de autoayuda, creo que me vendrá bien esto.
Mañana empiezo.