miércoles, 28 de diciembre de 2011

Recapitulando...

Todos los finales de año nos pasa igual, aparte de engullir como bestias y de tensar hasta el límite nuestra vida social creo que es el único vicio que todos compartimos estas fechas: recapitular, hacer balance. Los resultados de esta actividad tan navideña, por lo general, son demoledores. Es por eso que nos pasa que en estas señaladas fechas nos vemos todos tan, tan pensativos, tan profundos y tristes.

Mi balance de 2011 puedo resumirlo en unos poco puntos:
- Intelectualmente desastroso, no he apenas leído con provecho, no he encontrado nuevas vías, las que conocía se han oscurecido en mi interior, la música no suena gloriosa como antes... dios o lo que eso sea está cada vez más lejos y en general me veo abocado a la senda marcada: la de un autómata materialista y simplón.
- Mi familia en general se mantiene igual
- En el trabajo peor que hace un año: Igual de harto pero ahora con mis enemigos reforzados por la directiva.
- Eso sí: conocí a Paula, que me ayudó a llevar con más dulzura el año.
- De mis amigos cada vez más alejado, sin remedio. Cierta apatía respecto a esto.
- La salud bien.

Y ya está. Sé que no es mucho, y es que nuestros actos rara vez están a la altura de nuestra intensa vida interior, de nuestras fantasías más atroces. Es nuestra abulia, esta pobreza para lo bueno y lo malo, esta prueba de nuestra cobardía (un certificado anual de mediocridad que nos llega puntual, envuelto para regalo), lo que yo creo que a final de año nos horroriza.
Pagamos con nuestra vida nuestra vida.


Feliz 2012
(aquí en España será peor, dicen)

jueves, 13 de octubre de 2011

Días libres y laborales

Algunos días los paso
leyendo una conferencia que habla
por ejemplo
de Swedenborg, de Chesterton,
de Poe. Luego entro aquí
y me gano la vida rodeado
de esta gente estúpida y vil,
pobre de mente y de espíritu,
que se mira los zapatos mutuamente
y bebe té a sorbitos
ruidosos y mezquinos
y hablan de la tele,
y se envidian y temen.
Inevitablemente me pregunto
sobre qué es realmente
la realidad.
Ellos, su sola existencia
(y eso es lo que no les perdono)
me revuelca en desprecio,
también hacia mi mismo.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Público / Privado

No hace mucho un profesor nos contó la historia de cómo se creó la biblioteca pública de Nueva York, o una de estas monumentales bibliotecas norteamericanas de estilo neoclásico. A lo mejor nos habló de la Biblioteca del Congreso de Washington, es igual, no recuerdo. Se trata en cualquier caso de la Biblioteca más grande del mundo. El caso es que fue construida y financiada con capital privado, por un empresario que se hizo millonario durante la Segunda Guerra Mundial, con la fabricación de armas.
Mi profesor nos intentaba hacer comprender cómo este hombre empleó parte del dinero ganado a costa de la Guerra Mundial en una fundación que levantara el edificio para el uso público, para el pueblo, de forma desinteresada, sin duda con vistas a limpiar así de algún modo su conciencia. El hombre había hecho de su dinero privado un capital público, y tanto mi profesor como mis compañeros encontraban en la grandiosa obra de la biblioteca pública la manifestación de un enorme y oscuro complejo de culpa. Yo también lo creía así.
Pero entonces un poco por continuar el juego yo le pregunté a mi profesor si no cree que el caso de una biblioteca pública sea igual, porque al fin y al cabo son los Estados quienes compran esas armas y matan en las guerras. Si no cree que lo público es tan culpable o más que lo privado. Se produjo un silencio incómodo y yo percibí mi impertinencia, que no tuvo ninguna gracia.

Han pasado unos días, y creo que rompí la beatería de lo público, no estoy seguro.

El caso es que mis relaciones con el medio son así de imposibles.

Saludos.

martes, 30 de agosto de 2011

Hastío, aburrimiento, trabajo, etc...

Hoy es el día más aburrido de mi vida, creo. En el trabajo nadike tiene ganas de hacer bromas, de hacer nada, yo creo que flota por aquí como un miedo...

He escrito un soneto para entretenerme y, como me ha gustado, lo cuelgo:

Es un asunto este tan trillado
(cansancio, hastío, asco, tristeza)
que ser tan previsible me avergüenza
más por humano que de agusanado.
Es mal asunto que, por todos lados
donde me vuelva por la calle vea
con qué ventoso esfuerzo compadrea
la gente, por un cacho de mercado.
Con la familia sopa de guisantes;
en la mujer combaten frío y fiebre;
de los amigos queda menos que antes.
Aquél que más recoja que más siembre
que no régimen más empalagante
que comprender que así debe ser siempre.


Saludos.

viernes, 26 de agosto de 2011

La evasión, Becker

En los diez minutos inmediatamente posteriores a su final, La evasión de Jacques Becker se ha convertido en una de mis películas favoritas. La vi anoche. Va de cuatro presos que comparten celda a quienes llevan a un nuevo recluso, algo distinto de ellos, un joven más educado, más tímido, puede que menos hombre que los otros cuatro, en el mal y en el buen sentido de la expresión. Los cuatro estaban perpetrando una fuga y dudan si fiarse del nuevo y contarle el plan o no. Llegado el momento de ponerse manos a la obra se ponen, y de qué manera. La película transmite una fisicidad difícil de explicar. Creo que nunca he visto una película igual, en la que uno note y sienta como una barrera interior el mundo físico en el que la película se desenvuelve. Cuando empiezan a romper el suelo a golpetazos por ejemplo, en una escena larguísima, dan ganas de tomarles el relevo y ponerse a picar también con ellos, ayudarles a salir de una vez. De alguna manera se nota la dureza del cemento al golpear, el metal del barrote que hay que cortar, el sudor pegado al cuerpo, los polvorientos escombros, la oscuridad de los túneles, la tensión continua en ese mundo mazmórreo. No es un por un capricho ni por una vana apreciación intelectual que esto me interese, es que este mundo físico tan palpable en el que se mueve la película hace como en ninguna otra que yo haya visto que entres en ella, meterte en esa celda con esos hombres y desear con ellos salir de una vez.
El mensaje ético que transmite (compañerismo, lealtad, esfuerzo, lucha por la libertad, por la vida) es tan evidente, tan cristalino, que no encuentro mucho que agregar. Me ha gustado la economía empleada para describir a cada uno, y es que con muy poco texo, apenas unas miradas, ya sabemos de qué pie cojea cada cual, cuál es su carácter. Los vínculos que crean quizá estén condicionados porque se necesitan mutuamente para salir, aunque claro puede que no.
Me interesa más que nada que nuestra adhesión y cariño a los personajes venga sobre todo de las condiciones en las que nos encontramos una vez entramos en la película, que nuestros sentimientos vayan a remolque, creo, de esa necesidad claustrofóbica de salir que experimentamos viéndola. Nos da igual lo que hayan hecho los tipos, uno puede ser asesino en serie y el otro pederasta o un maltratador, lo peor, que ni lo sabemos ni nos importa. Queremos que se fuguen para lograr con ellos la enorme proeza de salir de allí.
En fuga de Alcatraz, en la Gran evasión, todo aparece ya limpio en pantalla, sin esfuerzo apenas. Algo nos dice que en esas películas mienten, que la albañilería de un túnel es algo digno de tener en cuenta si la película va de cavar el túnel. Becker rueda el proceso con una minuciosidad y una belleza que hacen de la experiencia de la película algo verdadero, al fin.
Es una película prodigiosa. Maravillosa. Titánica.

Saludos.

(también es hacer tiempo en la última media hora de trabajo de hoy)

jueves, 18 de agosto de 2011

Un tipo formal

Tengo otro compañero aquí con el que siempre me he llevado bien. Este no es realmente compañero compañero como el de ayer sino jefe, jefecillo, responsable de departamento. Siempre he tenido con él un buen trato. Alguna vez en estos siete años incluso hemos llegado a sostener alguna que otra conversación privada.
Pues bien, esta mañana al llegar aquí he ido a por mi botella de agua a la cocina y me la he encontrado en el congelador, hecha un compacto bloque de hielo. No sé quién la dejaría ahí metida ayer, probablemente fuera yo y no me acuerde. El caso es que como tenía sed he ido con cincuenta céntimos en la mano donde está la máquina de las Coca colas y de los Aquarius, que también tiene botellas de agua mineral. Junto a esta máquina se encuentra la inevitable máquina de café de todas las oficinas, ahí de pie estaba este compañero o jefecillo mio con otro jefecillo recién incorporado a la empresa; hablaban del trabajo, a mi me parece que fingiendo preocupación, mientras removían el palito de plástico dentro del vasito de plástico. Cuando he echado los 50 céntimos la máquina no me los cogía. Lo he intentado varias veces recurriendo al viejo truco juvenil de frotar la moneda contra algo rugoso, en este caso la pared, pero nada. Entonces le he pedido a mi compañero, al veterano, que me cambiara esa moneda por otra, un favor que ha ejecutado con una portentosa economía de lenguaje. Cuando he echado la nueva moneda la máquina seguía sin aceptarla. La indigesta moneda caía repetidamente, íntegra, y yo estaba a punto de pasar e irme y beber del grifo. Los dos me miraban quietos con el café de máquina en la mano, atónitos, como si nunca hubieran asistido a un espectáculo así.
En uno de esos intentos infructuosos mi compañero ha reaccionado impaciente y recogido la moneda sin mediar palabra, con admirable resolución y mudo el gesto, severo, y la ha frotado bien frotada contra el borde de la máquina. La ha metido en la ranura y voilá: la máquina, rendida, ha aceptado los 50 céntimos. Entonces él (momento grave) se ha dado la vuelta, magnífico, en absoluto silencio, y sin mirarme siquiera ha vuelto a quedarse quieto. Yo he cogido la botellita de agua del fondo de la máquina y se la he mostrado con gratitud, como un trofeo. El parecía un indio apache.

Es difícil dilucidar dónde acaban los hechos y empiezan las interpretaciones... quiero decir en qué medida este comportamiento sea resultado más de mis horas de sueño que de las suyas...

Saludos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Recato

Resulta que voy a la cocina a ponerme un café y me encuentro allí con un compañero recién vuelto de las vacaciones. Mantengo con él una relación más estrecha de lo habitual aquí dentro (digamos por ilustrar que fui a su boda, que conozco a su hija de un año, que me cuenta algunas cosas más o menos domésticas y que compartimos lucha, es decir que tenemos enemigos comunes), así que nos saludamos, le doy una floja palmada en un hombro y, cumpliendo con el protocolo, le pregunto por las vacaciones. El, incómodo pero fiel al estilo, me responde que bien, que muy bien. Charlamos de la playa y el poco calor sin mirarnos a los ojos, evitando aproximarnos demasiado, mientras nos ajetreamos en torno a la cafetera y la leche en la nevera y el microondas, torpes y con un poco de prisa ya porque se caliente el café y poder volver cada cual a la paz de su sitio. Acabada la cuenta atrás suena la campana del microondas, que da por concluido el asalto. Entonces cada cual coge su taza y nos despedimos en la puerta intentando hacer algo así como un chiste.
Así de enrarecidas están mis relaciones en las últimas semanas.

Saludos,
(antes, mientras escribía, una compañera desplazaba en silencio el marcador del calendario de la pared, del 16 al 17 de agosto; no siento pena, ni siquiera angustia, por lo del paso del tiempo)

martes, 16 de agosto de 2011

Peleón


Una demencial potencia nos obliga a luchar por ascensos en el trabajo, por ganar millones, nos seduce para putear al prójimo o por ejemplo para dedicarle tiempo a esto, a escribir en un blog y hacerse un grupo de lectores/amigos/admiradores; aunque en cada una de sus manifestaciones aparece como distinta, la potencia que nos hace aspirar a méritos como éstos es siempre una y la misma; y es primaria, pura. Dicho llanamente se trata de esa manía tan nuestra de "ser alguien" en el mundo o para el mundo, de alimentar la ilusión de nuestra propia importancia sobre la tierra, crearse un ego propio digno de estimación. Parece una tontería, un innecesario capricho de la especie, pero esta aspiración para nada es tonta: Mira por algo tan inexcusable como la supervivencia.

La alegre y sabia y oscura naturaleza prosigue, como sabemos, premiando lo fuerte en nosotros; no existiendo clan o tribu resta el individuo, así que ese espejismo tan denostado del "yo" debe afirmarse para sobrevivir. Nada más favorable en estos tiempos para que el hombre se aferre a la dura tierra que un ego descomunal sobre el cual afianzar la vida. Para contribuir a ella, a la vida, si se piensa sin prejuicios no existe una diferencia mas que de grado entre el déspota sanguinario y el poeta popular o el santo. Veo a esos católicos felices por Madrid y pienso en la arrogancia de quien se arrodilla y reza, por ejemplo, dirigiéndose personalmente al Creador de todo este universo como teniendo hilo directo con El, un acto devoto cuya vanidad hace palidecer la megalomanía de los más atroces emperadores y conquistadores que se nos puedan ocurrir. La construcción de catedrales y las peores masacres tienen una misma raíz: el terror de la razón que nos impone la vida.

En realidad la vida biológica no precisa argumentos en favor suyo. Una mosca por ejemplo, un gato, un chimpancé viven sin más, sin saber por qué ni para qué ni qué es eso que acontece, porque no les sucede a ellos. Pero como dice mi madre nosotros estamos condenados a vivir en sociedad, en cuyo seno debemos desarrollar una personalidad válida para el grupo. Esa trampa mental que permite al hombre seguir agitándose nos hace despiadados e ilustres, y desgraciados también. Nuestra más sofisticada herramienta de supervivencia constituye también nuestro mayor peligro, padecemos los achaques del ego; y del mismo modo que la conciencia nos presta nuestro sustento, se erige además en nuestra más orgullosa enemiga.

La naturaleza, siempre tan equilibrada, parece compensarnos de nuestra piruetas metafísicas con los atroces tormentos del civilizado.


Bueno, ya está.

Un saludo a todos.

sábado, 6 de agosto de 2011

María 1989

Siempre recordamos con arrobo a nuestra primera novia. Yo no es algo que tenga muy claro pero, si tuviera que nombrar una, la mía sería probablemente María, hija de la mejor amiga de mi madre. Teníamos 15 años y fue, cómo no, un verano, tuvo que ser el verano de 1989. Recuerdo que ese mismo verano descubría en la vieja casa familiar del pueblo las obras completas de Sherlock Holmes, una lectura que me impresionó tanto que creí haber dado con la “literatura seria”, ese hombre que por medio de un riguroso procedimiento puramente lógico lo deducía todo. Su impacto en mi fue tal que cuando salía escrutaba a los del pueblo por la calle, intentando deducir de los minúsculos detalles que encontraba en la ropa o en las manos de los paisanos ciertas pistas para una explicación de sus costumbres y sus pecados, de sus vidas, que aun mis abuelos y mis padres desconocieran, luego algunas noches les exponía en la cena mis conclusiones sobre los del pueblo; o sea que fue el verano de Sherlock Holmes, y yo quería ser como Sherlock Holmes, recuerdo siempre bobadas así. María era ya una mujercita por entonces, una muchacha preciosa. Recuerdo perfectamente su cara redonda y sus grandes ojos negros, profundos e infantiles, y esa enorme seriedad suya, o serenidad. Yo tanteaba por entonces en el agua fresca de la piscina de Eladio mis potencialidades en esta irregular carrera de amante enamoradizo y torpe en la que sigo; y fue en el cuerpo de María, en su cuerpo delicado de quinceañera donde comencé a percibir mis propios límites a través de los suyos. Si bien de una manera tan tímida y chapucera que no podría asegurar, si lo pienso, que María fuese mi primera novia. No había para mi otra cosa que María (su cuerpo, porque apenas recuerdo una palabra suya) y Sherlock Holmes aquel verano (conste que fue en el verano del 89, detalle escabroso porque, reparando en ello, ¿es posible que hayan pasado ya más de 20 años? ¿ser ya tan viejo? No lo creo porque no me parece que aquello fuera hace tanto sino más bien que sucedió en una vida distinta que no es esta, que no es esta mía, a otro que no soy yo, un usurpador parecido a mi que de vez en cuando se cuela en las fotografías antiguas, aunque es indudable que sí se trata de mi, claro). Ya no recuerdo cómo ni cuándo empezamos a dejar de vernos, pero debió ser bastante rápido.
Bien pues he hablado hoy con mi madre, que me ha contado que María tuvo anoche su primer hijo, como madre soltera, “por una clínica”. Me lo ha contado por la nueva abuela, su amiga, porque mi madre no me ha hablado de María en 20 años. Supongo que esos segundos de estupor después de la noticia me han delatado frente a mamá. Y es que la noticia me ha sacudido. Me resulta odiosa la tarea de conciliar mis divinos recuerdos con los extraños y groseros sucesos de este mundo real nuestro.
María inseminada...¿cómo ha podido?. Resulta tan grotesco imaginarla inseminándose como perdiendo la virginidad, es como representarse el sexo de nuestros padres, o como constatar que una antigua amante reposa entregada en los brazos de otro, que la va bien, que está mucho más guapa.
Aquellos ojos infantiles pero ya tan profundos de la María niña anticipaban a la mujer triste que ahora es, un poco mística y ojerosa, delgada, bonita. Y es así tal como yo lo escribo aquí porque no pienso verla nunca ni tratar con ella por el facebook o algo así. Me niego a empobrecer mi conciencia del mundo. Y así permanecerá en el recuerdo como en realidad era y sigue siendo: virgen y pura, áurea y pretecnológica como aquella maravillosa muchacha, y no vulgar, no corrupta como inevitablemente es la tozuda realidad.

Y ahora por seguir con algunas de las cosas del blog... He vuelto de unos días de perdición. Ha muerto mi tio N. (en el mismo pueblo). Y la función del Sueño de una noche de verano que vi fue un desastre. Es un crimen que una obra tan rica y emocionante como esa se reduzca para el público a una chusca comedia de enredo, bastante necia además. Es como para poner una denuncia a la compañía Morboria y multarlos, censurarlos y hasta desterrarlos. La gente eso sí salió encantada, la crítica la ha puesto bien, pero a mi me pareció muy pobre. Qué más. Tengo un mail pendiente. Y bueno ya está... acabo de releerlo todo y hoy estoy bastante facha, sí. Ah, no tengo caries.

Mucho yo yo y yo pero no escribo nunca de mi vida real... estoy tan disgustado por María

Bueno,
un saludo.

(tampoco he vuelto a leer a Sherlock Homes)

jueves, 28 de julio de 2011

Dientes

Voy al dentista ahora. Al final he llamado para pedir cita, mareado de darle tantas vueltas.
Llevo años sin ir.
Preocupación. Preveo el dolor, el gasto, y ese feo momento en que uno abre la boca sumiso y el carnicero se inclina y se asoma y revisa. Preocupación por esas más que seguras malas noticias.
Un poco cansado.

Saludos.

martes, 26 de julio de 2011

Loco por Shakespeare

Yo tenía un enfoque perfecto y definitivo sobre El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare (1595). Contaba a todo el que me quisiera escuchar mi visión de la obra en cuanto se me presentaba la ocasión, porque me fascinó cuando la leí.
El otro día le di la chapa a una amiga precisamente porque vamos a ir a verla al teatro Fígaro esta semana.
Yo le contaba emocionado que la obra trata de la naturaleza del amor cortés, que tiende a establecer un vínculo puramente social, que se da dentro de los muros de la ciudad (no recordaba que era Atenas), y de cómo en general, nos decía Shakespeare, este mundo ordenado y prescrito de la vida humana se viene abajo en cuanto la naturaleza bruta (Amor) irrumpe. Así, los muchachos y las muchachas de la corte, los protagonistas, establecían vínculos en la ciudad, acordaban casamientos entre sí, profesándose tiernas y fieles palabras de amor. Pero cuando los chicos salen de merienda al bosque (todo esto, insisto, era mi versión) un duendecillo cabroncete llamado Puck les echa un jugo de una flor en el oido mientras duermen la siesta allí en el campo y, cuando despiertan, se vuelven todos locos, no pueden controlarse y aquello se convierte poco menos que en una bacanal. Pueden leerse en esas escenas de la obra maravillosas declaraciones de amor, un amor arrebatado y salvaje, tal como a ellos realmente les pide el cuerpo, olvidados de aquello a lo que se habían comprometido dentro.
Claro la gracia de la obra según mi teoría estaba en cómo el amor en bruto perturba la paz social, y en cómo hay una siniestra y atractiva verdad en el bosque, en la noche, de la que es preciso huir, y cómo por tanto todos aquellos que nos hemos establecido nos hayamos convertido previamente, necesariamente, más o menos en unos hipócritas para poder seguir tirando. Esto es lo que yo por encima pensaba de la obra.
A esto se añadían coros de hadas y duendes, la reina de las hadas, el espíritu del bosque, y así la obra se llenaba para mi de un encanto especial.

Al final se cierra el telón y Puck, el duendecillo travieso (hay que leerlo para entender al altura y la profundidad de la que este auténtico inmoral hace gala) sale a escena ya solo y se dirige al público, pidiéndo así perdón Shakespeare por haberles llamado hipócritas en su misma cara:

PUCK: Si nosotros, vanas sombras, os hemos ofendido,
pensad sólo esto y todo está arreglado:
que os habéis quedado aquí dormidos
mientras han aparecido esas visiones.
Y esta débil y humilde ficción
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño;
amables espectadores, no nos reprendáis;
si nos perdonais, nos enmendaremos.(...)


Y ahora, parecía despedirse Puck de los espectadores, ya pueden irse ustedes con sus señoras a los salones de su casa, y a la cama luego, y soñar con la tierna y jugosa criada. Este era el punto final, ya digo, la guinda de mi teoría.

Pues bien, todo esto que a mi tanto me apasionaba es mentira, es una ficción mia. La volví a leer y a las primeras de cambio mi teoría se resquebrajaba. Es verdad que no toda es falsa, se puede salvar algo de mi desquiciada versión. Pero la cuestión no es esa: yo estaba convencido de que la obra era exactamente esto. No habría tanta variación entre la historia leída y la interpretada en una mente sana. Y tengo algunos lapsus parecidos.

Saludos,

(la he leído y, eso sí, sigue siendo igual de maravillosa o más que como la recordaba)

sábado, 23 de julio de 2011

Pajarico

Hoy estaba tirado en casa después de comer, viendo Chantaje en Broadway. A mitad de película mi gata ha entrado del patio con un bicho en la boca. Cuando la he visto entrar recuerdo que solamente he podido pensar "Dios, espero que no sea un ratón". He corrido detrás de ella y se ha metido al baño con el bicho en la boca. Ahí dentro lo ha soltado y he visto que era un pajarito, que se ha quedado en una esquina mirándonos asustado.
He cogido a mi gata. La he echado al patio, he encerrado al pajarito en el baño y he seguido viendo la película, esperando a que se fuera un poco el calor para llevarlo al campo.

Bueno, al terminar la película he cogido al pajarito del baño. Casi ya podía volar porque casi se sube al lavabo. Estaba muy asustado y temblaba.
Aprovechando que tenía que salir (contraviniendo la normativa municipal) he tirado la basura. Con el cigarro en la boca, una bolsa de basura en una mano y el pajarito en la otra lo he llevado a una finca vallada que hay cerca de mi casa. El pajarito tenía energía, un buen rato después de salir todavía tenía fuerzas para revolverse en mi puño. Le miraba, le hablaba y él me miraba a mi así como miran los animales ¿cómo verá el mundo un pájaro?
Lo he arrojado prácticamente por encima de la valla, bien fuerte para que no quedara cerca y corriera el peligro de salir y que lo pillara un coche u otro bicho. Ha hecho un vuelo en elipse, de modo que al descender ha vuelto casi al pie de la valla. Ha intentado volar nada más caer. Volaba un metro y caía con torpeza, pero seguía intentándolo y prometía maneras de gran volador en pocos días.
Me he dado la vuelta y por la acera venía una vecina con un perro de estos pequeños y blancos, de raza. El perro corría por la acera en dirección contraria a la mia. Me ha pasado de largo y cuando me he dado la vuelta he visto que el pajarito salía de la finca por la valla y el perrito lo capturaba al vuelo, y salía corriendo con él en la boca.
¿Y qué he hecho? Nada. Me he quedado pensativo aunque no sé en qué he pensado esos segundos. He venido a casa y me he puesto a escribir esto.

Oigo en la radio que justo en este mismo instante está volviendo a torear José Tomás.


Saludos.

(mientras escribía he ido a por un flash al congelador y la gata estaba en la ventana pidiéndome entrar, según la he abierto ha ido disparada al baño a por el pajarito)

(ahora acaban de decir que ha muerto Amy Winehouse... ¿qué pasa hoy?)

viernes, 22 de julio de 2011

No sin mis gafas

Con el invento del láser mucha gente se opera de la vista ahora, pero yo prefiero seguir con mis gafas puestas. Me gustan mis gafas más que nada por la cara de imbécil que se me queda al quitármelas.
No hace falta estar recién levantado, ni enfermo, no me hace falta tener mala cara un día: Mirarme al espejo sin las gafas puestas supone siempre una indiscreción, una mirada impúdica sobre la desnudez del rostro, ahí va el rastro apagado de los años, aquí cierto cansancio, en los ojos, acá estas marcas que se acumulan, pequeñas amarguras que van haciendo del rostro una muestra viva de vulgaridad... en cambio ataviado con las gafas soy un ente unitario, redondo y sin vergüenzas aparentes. Es decir que mi ego se desmonta cuando me quito las gafas, dándome cuenta entonces de hasta qué punto me concibo a mi mismo como una caricatura.
Es obvio que la vergüenza del propio rostro está ahí de todos modos, como la calavera de uno, pero no resulta tan evidente tras el escudo de unas buenas gafas, igual que la calavera se disimula bien con unas carnosas narices por delante.
Una vez vi la cómica fotografía de un chimpancé con unas gafas y la verdad, el chimpancé parecía otra cosa, mucho más delicada y menos sucia.

No me veo tan desorbitado cuando llevo mucho rato sin ellas, entonces pasadas unas horas mi cara se asienta y vuelvo a reconocerme, pero recién quitadas aparece el cachorrito humanoide de mirada perdida, imbécil ya digo, y resulta tan evidente y autodestructivo el espectáculo que evito mirarme a los ojos por ejemplo recién duchado. Rápidamente vuelvo a ponerme las gafas, mi escudo entre yo y el mundo.

Así que hoy le he dicho a mi madre por enésima vez que no, que no me opero.

Saludos,

(claro que la cara de imbécil puede ser solo por la perplejidad de un mundo desenfocado)

jueves, 21 de julio de 2011

Todo está en los libros

He vivido exactamente la misma escena unas diez o quince veces.
Pongamos por caso a una bonita mujer a la que he invitado a cenar por primera vez, que llega a casa. Al entrar mira las estanterías llenas de libros, entonces invariablemente pregunta:
- ¿Y los has leido todos?
Yo le respondo que no, claro, que todos no, y entonces ella se alivia un poco pero sigue picada, continúa:
- ¿cuántos?
- Bueno, la mitad -miento.
Todavía insatisfecha, quiere un poco más.
- ¿Y cuántos tienes? ¿Cuántos has leido?

Yo le ofrezco un dato, inventado, aproximado, adecuado a la sensibilidad de cada visitante. Y entonces se establece una especie de debate en el que cada cual trata inútilmente de justificarse.
- Fíjate yo que no leo apenas, a mi es que leer me aburre. Pero no hace mucho terminé de leer un libro que me gustó bastante que me regaló mi hermana, iba de la guerra...

Esta escena, casi idéntica hasta aquí, representada por mujeres, amigos de amigos, albañiles, pintores y familiares de todo grado, yo creo que viene dada por una idea bastante falaz de la lectura, y aun de la cultura en general; un reino este que nos han enseñado a considerar trascendental y fascinante, al que todos tenemos el derecho y casi la obligación de acceder, un paraíso espiritual que proporciona éxito y felicidad a sus devotos.
A mi tanta lectura no me ha acarreado éxito en la vida, ni felicidad, más bien al contrario. Ni siquiera me ha ayudado a ser mejor persona.
Pero dejo que aquellos de mis visitantes que no leen crean en esos poderes ocultos de la lectura, no replico.
Unos pocos valientes se manifiestan abiertamente en contra de tanto libro, considerándolo un vicio y una pérdida de tiempo. A estos también les doy la razón callando. Suelen caerme mejor.

Diseñé mi casa aun joven, con la intención de situar mis libros como un decorado, vacilar un poco, tirarme el pisto. Ahora no lo haría así, y pondría la biblioteca donde le corresponde, en un lugar más íntimo, o en cajas. No es humildad, es que una vez desvelado mi propósito me resulta vergonzoso, y es que además ese primer Acto que parece casi obligatorio para las primeras visitas a mi casa es un engorro.
En cualquier caso, desde el momento en que entran, para todos me convierto algo parecido: un exquisito bicho raro.

Saludos,

(si sospecharan cómo fantaseo en el fondo de la noche con la vida de un Drogo (Juego de Tronos), con una vida dedicada a la fornicación y al salvajismo...)

lunes, 18 de julio de 2011

Lola en el monte

Lola y yo nos fuimos a Rascafría a pasar el finde, en plan serrano. Mucha gente va a la montaña, y no creo que sea tanto por huir del calor del verano como se dice. Ocurre que encontramos en la naturaleza una especie de psicoterapia, que miramos por ejemplo las estrellas o las montañas, o el mar, cualquier fenómeno así grandioso y milenario y entonces nos sentimos tan pequeños y fugaces que nuestras miserias se minimizan, nuestro ego se encoge y no asfixia, el pecho se dilata y en definitiva nos sentimos mejor. Es decir que a la mayor parte de nosotros nos consuela recrearnos en nuestra insignificancia. Pero esta clase de curas de humildad de clase media no van con Lola, para quien no existe espectáculo, ficción ni constelación lo bastante importante como para sentirse ninguneada, ni por un rato. Es la reina, y no se da descanso.

Así puede verse a Lola en la cama, Lola en el coche, Lola en una terraza pasando frío con un café y un cigarro, Lola un poco borracha rodeada de paletos, o Lola paseando entre pinos y monumentos monolíticos o de visita por un monasterio centenario y santo que ella no agachará nunca su cabeza triunfante ni dejará de tener en cuenta, no sin cierta sabiduría, que lo realmente importante son ella y sus asuntos. Vive bajo el imperio de una soberanía autoimpuesta y fatal, irrenunciable.

Un monje del Monasterio del Paular que lleva 48 años allí encerrado nos preparaba el sábado para la visita al lugar, ofreciéndonos una charla previa. Entre otras cosas habló del pecado y la falta de fe que campan por el mundo exterior, un mundo exterior que consideró frívolo, un poco idiota y terriblemente mediocre, es decir que a pesar de que él lo desconoce casi totalmente juzgó nuestra sociedad con un sorprendente acierto. Habló del matrimonio por la iglesia, del arte que había en el monasterio... viendo a los turistas un poco alelados alrededor suyo era fácil comprender que ni aun el mismísimo Jesucristo resucitado hubiera conseguido hacer llegar a nuestras chatas narices el aroma de ese denso mundo que latía ahí dentro, pero bueno, este post no va de las supuestas virtudes de la religiosidad, sino de Lola.

Comento aquí, porque me resulta inseparable de nuestra excursión, una parte importante del discurso de este monje, que consistió en lo que para él era una diferencia esencial entre el amor (con minúscula) y el Amor (con mayúscula). Una cuestión esta a la que yo (oh casualidad) llevaba unos días dando vueltas. El amor con minúscula es el amor corriente, interesado decía el monje, muy nuestro, que no busca sino satisfacer el propio ego. La amistad y aun gran parte de los familiares que nos rodean, en su mayoría, consisten en último término y muy a menudo en una disimulada siembra de los propios intereses. Todos cedemos al necesario engaño al pensar que no, que nuestras amistades y nuestros más sagrados vínculos personales son desinteresados, de raíz divina, metafísica y demás, pero como cualquier otra convicción apenas resiste a un examen atento de la cuestión.

El otro es el Amor con mayúsculas del dios de la Biblia, el Amor que produce la naturaleza, el Amor que mana de la música, el Amor de los poetas antiguos, que mueve el sol y las demás estrellas y, en últimas, el Amor de los primeros filósofos griegos. Este amor es desinteresado, y no espera recibir nada a cambio. Los monjes a las seis de la mañana se levantan a rezar, hasta las ocho y media, todos los días del año, por todos nosotros. Seré un idiota, o un romántico empedernido, pero considero imprescindible que actos así de ridículos y poco prácticos aun existan.
Llevado al terreno de las relaciones de pareja fallidas a Lola y a mi nos dio para reflexionar bastante esta profunda cuestión de los tipos de amor expuesta por el monje. Aun refiriéndonos a ella siempre de pasada y medio en broma dejó flotando en el aire una pregunta pendiente bastante grave, la misma para ella que para mi, imagino ¿es que no sé querer? ¿Soy un egoísta?

Bueno yo no puedo hablar por ella pero hablando por mi, puesto a examen mi amor, quiero decir tal como Lola hace que la quiera, sobre todo la quiero desinteresadamente desde que no estoy con ella, y me gusta más así.
Me era más difícil quererla simplemente cuando después de todo esperaba algo de su parte.

En un plano puramente teórico creo además que no hay tal diferencia, que la doctrina se equivoca respecto a eso, y que los dos tipos son en realidad el mismo amor. Cuando Lola ruge y habla como una leona herida, melancólica pero valiente del dolor, de la pérdida, de la vida, y habla de ello brutal y sin filtros, a mi se me aparece tan santa y pura como el monje, o como un niño. Encuentro en ella ese bendito egoísmo y esa generosidad sin pulir que derrocha la vida, que es el amor por la vida y por la propia voluntad de uno en el mundo. Lola no es ningún ángel, es verdad, ni en el monte, ni en el bar ni en el supermercado, ni le hace falta para que yo la quiera. El caso es que tendrá siempre mi mano de ogro para agarrarse si se siente caer, o mi soplido racional y frío cuando se sienta abrasada por su propio ardor, porque sí.

Saludos,

(consciente de mi Amor desinteresado, por cierto, me siento ahora tan buena persona que me doy por pagado con ello, e inmediatamente me percato de que entonces, sintiéndome así de bueno como ahora, este bienestar en la conciencia ya no hace desinteresado el Amor, sino vulgar, aunque siga siendo mayúsculo)

jueves, 14 de julio de 2011

Equilibrio...

Cuando me encuentro con conocidos lo primero que hacen es preguntarme "qué tal" a modo de saludo, algunos tocándome el hombro y mirándome con ternura. A mi no me parece que se trate siempre de una pregunta retórica. Muchos me preguntan bien alerta, temiéndose lo peor, cualquier novedad que yo pueda contarles. Yo respondo a su cordialidad diciendo que estoy bien, cosa que no siempre es cierta, y hablamos un rato, pero a las primeras bobadas de cambio a ellos inmediatamente les parece algo demasiado picante lo que cuento.

A menudo ocurre que los demás reciben nuestros asuntos con mayor gravedad que nosotros mismos. Mi mundo en concreto, ese mismo mundo que yo encuentro tan curioso y absurdo, tan grande y terrible, les resulta irrespirable. A veces cuento algo que me ha sucedido, que he presenciado, o sencillamente algo que pienso o que me invento, y recibo a cambio sentencias del tipo, “bueno, no pasa nada”, “ánimo, hombre”, “hay que disfrutar la vida” o “lo importante es ...” tal o cual cosa. Frases así. Yo inmediatamente intento minimizar la gravedad de mis intenciones (y es porque detesto los consuelos, las frases lapidarias y en general los paños calientes), pero ya es tarde. Me dicen "ánimo" y pienso "si estoy animado". O me dicen "no te preocupes, hombre" y pienso yo, pero si no estoy preocupado. Mis juegos les parecen una actividad abominable, suicida.



Es todavía peor cuando, insaciable, les pregunto por los asuntos de su vida corriente. Me doy cuenta entonces de que reculan y uno cree que puede tocar y pellizcar con los dedos la incomodidad producida en el otro, lo cual moralmente me obliga a reasumir el papel de bufón de la charla aunque sea para despedirme.



Dentro de la buena educación, existen dos maneras rápidas de liquidar el desconsuelo que pueden provocar ciertas conversaciones.

La primera consiste en la frase lapidaria, normalmente extraída de la sabiduría popular. (como "hay que tirar para adelante", o "lo importante no es como empieza sino como acaba" o "lo importante es estar bien con uno mismo" o "la suerte se la gana uno" o "las cosas son como las ve cada uno"). La llamo lapidaria porque son como una pesada losa que se pone sobre algo tan revoltoso como son la razón la verdad o la vida, para que se estén bien quietas y sea cómodo manejarse con ellas; estas frases son el tiro de gracia sobre cualquier diálogo imposible. A mi me repelen especialmente quienes emplean una frase con sonsonete o rima. El otro día me encontré con un amigo de hace años en el tren y en el trayecto de Getafe a Atocha (25 minutos), repitió unas cuatro veces la frase: "La mejor lotería / el trabajo de cada día", y con esta grosería tan mal pareada eludió hablar de su trabajo.

La segunda es la frase paliativa, esta no se emplea para dejar establecida la verdad del asunto sino a modo de alivio del otro. ("no hay mal que cien años dure", "no hay mal que por bien no venga", "esto son rachas", "tú tranquilo", "lo importante no es las veces que uno cae, sino las que uno se levanta" son algunas de las más conocidas). Este método es empleado por aquellos a quienes les parece que uno se queja buscando consuelo, cuando a lo mejor no pretendía sino hacer un chiste o contar una historia truculenta de sí mismo nada más. Los asuntos de mujeres dan lugar a mucho malentendido de este tipo, porque a menudo se viven con ellas entretenidos dramas, bodeviles dignos de ser contados, pero que los monógamos por ejemplo perciben como un hecho perturbador para el objetivo de la existencia y la salvación personal: el matrimonio. Eso que tú cuentas al padre de familia de tu edad que te ha ocurrido con una mujer, por no hablar de acontecimientos más graves, él de pronto lo considera un fracaso en el camino a la paz y a la salvación, otro matrimonio frustrado del pobre cronopio. Y entonces lo sienten tanto por uno que uno mismo no se había dado cuenta de la desgracia hasta después de observarlo reflejado en los ojos del esposo, que te dice "qué le vamos a hacer", triste por ti.

Los paliativos son más bondadosos, tienen mejores intenciones, pero son los más dañinos, porque si hay algo que no perdonamos al prójimo es que sienta por nosotros pena, no hay nada más obsceno.



(otras maneras muy corrientes para evitar el contacto son el mirar para otro lado cuando nos cruzamos en los pasillos de un supermercado, hacerse el longuis o saludar con un apresurado "hasta luego" y pasar de largo sonriente)



Será que me inclino hacia abstracciones resbaladizas o actividades nada prácticas, o que tengo un rostro o un tono de voz lastimero que mueven a compasión... en todo caso no es esto lo que yo creo. Creo que mi mundo, tal como yo lo veo, sí que debe ser terrible pero que yo soy tan idiota o inmaduro que no me doy cuenta. En cualquier caso lo que quería decir al ponerme a escribir este post es que lo que más frecuentemente logran las buenas intenciones de mi entorno es sobre todo preocuparme. Me siento mucho más importante y turbado, más pesado, después de establecer relación con el buen juicio de mis colegas. Y a mi me gusta volar y la gente que vuela.



Puesto a pensar en ello me doy cuenta no obstante de que me conviene este aporte de aplomo, no ir por la vida siempre como un turista atontado, y espabilar un poco. Ese estado inducido de no-idiotez al que accedo en contacto con los otros lo encuentro propicio para mi sustento, no vaya a derretirme el sol las alas. Así que reconozco que después de todo debo agradecer a los demás sus ánimos, consejos y ejemplos. Y saberlo apreciar.

Equilibrio, Juan C.



Saludos.



(me ocurre aquí también, que escribo con ligereza algunas cosas y recibo después mensajes de apoyo, de ánimo, que se agradecen por la intención, pero que lo dejan a uno con la certeza de haberse explicado mal, fatal. De que solamente el buen poeta puede darse a entender y que el resto de los mortales vivimos condenados a la incomprensión de los demás, es decir a la soledad más absoluta)

martes, 12 de julio de 2011

Carolina se pee

Hoy ha sucedido algo muy desagradable, francamente, en la oficina.
Hace un tiempo escribí en este blog sobre una bruja que tenemos aquí metida. En realidad son unas cuantas, pero solo de una no puedo desentederme. A propósito de la bruja, de sus maldades sin castigo me permití aquí una defensa de la Santa Inquisición.
Pero bueno. Voy al grano.
A esta bruja, que llamaré Carolina, recientemente la han ascendido mis jefes. La han puesto más o menos para que nos controle y se chive de cualquier conducta poco profesional que perciba en el despacho. Tiene autoridad incluso para mandarnos callar. Sin perjuicio de la indignación y el estupor que su nombramiento ha provocado aquí dentro, yo veo que es una astuta maniobra de mis jefes para asegurarse de que el personal no se desmadre cuando ellos se ausentan, cosa que hacen cada vez más a menudo. Y hay que ser justos y reconocer que este régimen de Terror que han instaurado funciona de maravilla, porque Carolina no nos deja hablar ni para preguntarnos por películas o hijos aquí dentro. Todo el mundo la odia, algunos con verdadera pasión, y recuerda uno a menudo cuando advierte cómo los demás la miran de reojo aquella frase de Hector del Mar, que hay mucha gente que sigue viva solo porque el asesinato es ilegal. Como era de esperar a Carolina se le ha subido además a la cabeza el ascenso, y si es de un natural rancio y estirado ahora llega a resultar incluso cómica en su papel. A mi me hace gracia, vamos, a los demás en mi trabajo no les hace ninguna.
Tiene 39 años y es virgen. Nunca ha tenido novio.

Bueno solamente quería poner en precedentes para situarnos un poco en la desagradable anécdota sucedida hoy y es que, estando ella y yo solos en el despacho, rodeados de un silencio sepulcral, de lo más profesional, Carolina se ha ido a levantar a dejar una carpeta y se le ha escapado un pedo, un pedo un poco mortecino, lento y líquido. Ella ha hecho como si nada por si pudiera haber pasado desapercibido, pero yo me he quedado mirándola por encima de las gafas y paladeando la ocasión que se me ofrecía la he dicho en voz baja, muy en serio, "bravo, Carolina".
Despierta en uno hasta cierta simpatía escuchar el pedo de alguien que por lo demás se comporta como si no tuviese ano. Lo humillante para los dos ha venido unos segundos después, cuando se ha extendido por el despacho un olor nauseabundo. A menudo empleamos palabras cuyo significado solamente sospechamos, puede explicársenos qué significa un adjetivo o un sustantivo, pero nunca lo llenaremos de sentido hasta experimentarlo. A mi me ocurrió hace unos meses esto mismo con la palabra "desgarro" que utilizó una compañera para describir el parto de su hija. Dijo que en el momento de salir la niña sintió un "desgarro interior" y yo entonces al escucharla y ver su gesto me estremecí, comprendí que no podía entender qué es realmente esa palabra si no ha tenido nunca un desgarro. Para mi compañera parturienta la palabra desgarro está llena de vida y sentido, para mi que no me he desgarrado nunca es solamente una abstracción, un concepto vacío de contenido, o lleno solamente de más conceptos.
Pues bien, la palabra nauseabundo se ha llenado de significado para mi esta mañana. La situación ha perdido toda su gracia cuando he tenido que abrir malhumorado las ventanas delante de ella (que seguía haciendo como si nada).

Saludos.

(me he informado antes de terminar el post acerca de la composición de los pedos. El olor de los pedos proviene de pequeñas cantidades de sulfuro de hidrógeno, metilmercaptano, escatol y azufre. Gas metano, etano y butano nada menos. Me inclino a pensar que el pedo de Carolina, dada su naturaleza diabólica, contenía altos porcentajes de azufre sobre todo. Así que he inhalado los gases producidos por sus bacterias intestinales, los vapores de su digestión. De verdad, qué asco)

domingo, 10 de julio de 2011

Joven cronopio abofeteado

Ser algo similar a eso que Cortázar llamaba un cronopio trae ciertas desventajas. Es un biotipo que generalmente atrae a cierto tipo de mujeres (las que no buscan un marido). Y facilita además, bajo mi punto de vista, que la música o la poesía puedan invadirlo a uno (entiendo dentro de estas buenas cualidades estéticas apreciar un bonito paisaje o llevarse bien con niños o mascotas). Pero desde un punto de vista funcional ser un poco cronopio resulta desastroso.

Ayer estuve en el cumpleaños de un viejo amigo de la infancia con quien compartí desasoiegos y momentos memorables en la juventud. Fue en su época un cronopio ejemplar, dedicadísimo, hasta que se casó, se cansó (ya advertía Lope la sabiduría de la lengua castellana que entre casado y cansado no ponía más que una letra; digamos que para don Lope de Vega el camino semántico iba de casado a cansado pero que para mi es, además, a la inversa, es decir que uno se cansa de su libertad y entonces se casa, y luego acaba también cansado de estar casado, a menos que se sea muy católico). El caso es que con mi amigo o ex-amigo ya no tengo mucho en común, pero ahí seguimos, no entiendo por qué. El cumpleaños era de su hijo, que es mi ahijado, con quien tengo una excelente relación.

Bueno, intentaré abreviar porque tengo comprobado que que las entradas muy largas no las lee ni el Tato, y la verdad es que hoy sí pretendo hacerme un público que me anime un poco. Es bastante triste.

Veamos.
Las fiestas de mi amigo están siempre atiborradas de familiares suyos, con quienes no tengo mucho trato. Otro amigo y yo, en previsión de esto, habíamos acordado ir juntos para pasar mejor el trago. El caso es que mi otro amigo no apareció ni contestó a mis llamadas ni a mis mensajes, y yo me encontré de pronto allí rodeado de cuasidesconocidos, con el móvil en la mano, desamparado, confundido, más cronopio que nunca. Y sin amigos.

Me puse a contar gente. Había cincuenta y tres adultos y quince niños, yo incluido. Todos tenían entre sí una relación estrecha, familiar, y yo como de costumbre era el cabo suelto, y sin novia encima. Mi ahijado cumplía dos añitos y yo llegué allí con un xilófono para él que ni siquiera abrió, deslumbrado como estaba por algunas decenas de regalos magníficos recibidos antes.

Al poco rato la mujer de mi amigo me presentó a un tipo calvo al que no conocía, y me informó de que él y yo habíamos sido compañeros de clase en el colegio. El me recordaba bien. Se acordaba de mi nombre y primer apellido, de un chándal que yo tenía, de mi mochila de cuero con cremallera, de mis mofletes y mis rizos y mis gafas. Yo en cambio no me acordaba de él, ni siquiera me sonaba su nombre. Entonces me habló (tenía unos ojos frustrados, tristes, con un párpado superior que denotaba cierto rencor hacia el mundo) qué era lo que más recordaba de mi en clase, algo que al parecer y por las veces que me lo contó le tenía obsesionado, y aun diría que indignado. Y es que nuestro profesor en 3º, 4º y 5º, padre de un compañero nuestro, tenía por costumbre llamarme a su mesa, pedirme con calma que me quitara las gafas, quitarse el anillo de casado y propinarme un bofetón. Esto, me contaba crispado mi excompañero, “lo hacía todos, todos los días”. A mi me sorprendió que recordara con tanta viveza algo que yo no recordaba, si bien vagamente yo sé que es cierto, o casi (es seguro que mi profesor no me zurraba todos, todos los días). Es decir que esto es un capítulo de mi infancia, a todas luces traumático, que yo había eliminado de mi memoria consciente, y es seguro que cualquier psicoanalista, psicólogo o psiquiatra extraería si yo me pusiera en sus manos de esta anécdota no pocas rarezas que ahora me aquejan y me impiden ser una persona normal. A partir de ahora, gracias a ese tipo, excompañero mio, puedo repartir desde una perspectiva psicologista las culpas de mi muchos fracasos entre mis padres y este hombre al que apenas recuerdo, que debe ser viejísimo ya, si no se ha muerto el cabrón.

Un rato después, entre morcillas de arroz y butifarras, encontré entre la muchedumbre a una pareja de cuarentones que se querían realmente. Quiero decir que se querían del modo en que yo entiendo que un matrimonio debe quererse pasada ya la edad de la pasión amorosa. Esto me llenó de ternura. Me acerqué y hablé con ellos. Eran vecinos de la madre de la mujer de mi amigo, y eran encantadores.
Luego cuando se marchó una animadora infantil que habían contratado me senté a fumar. Hablé con unos cuantos que se me acercaron, y vi a los niños jugar por el jardín mientras anochecía.
La gente de mi edad, gente de clase media alta, hablaban de todo en nutridos grupos. A mi más que ninguna otra cosa, su tono de conversación me mantenía alejado de ellos. No me gustaban.
Había dos muchachas más jóvenes y bien vestidas que guapas, a cuya conversación me arrimé para coger un sándwich de nocilla. El tono enfático que empleaban me resultó aun más espantoso que el de los mayores.

Ayudé a una niña a lavarse la pintura de la cara. La animadora les había pintado. Luego se acercó al baño un niño con la máscara de spiderman, que también le lavé, luego otro pintado de león.

Hablé un minuto con mi amigo, el padre, de un asunto de su trabajo. Aunque yo no le había pedido explicaciones, adoptó un tono fatuo para no decirme cuánto le había costado la fiesta. Se limitó a decir que yo “no me lo podía ni imaginar lo que le había costado”. Aparte de esto estaba muy orgulloso de cuánta gente había ido, yo le dije que cincuenta y tres adultos, él y yo incluidos, y quince niños. El me miró triunfal, se hinchó de satisfacción y yo le miraba a los ojos fumando sin entender nada, pensando que no hay en este mundo nada más ridículo que un cronopio que se pasa a fama, como si eso se eligiese.

Lo pasé bien, pero hoy me siento terriblemente solo, como nunca.
¿Tendrá la culpa de esta soledad también aquel profesor? ¿O papá que no me hizo caso? ¿o mamá que me sobreprotegió o no me protegió lo suficiente? Pamplinas, creo. Cada cual se agita como puede en esta chapuza de mundo.

Bueno, si alguien ha llegado hasta aquí agradeceré ayudas, consejos, abrazos de cualquier desconocido que pase... hoy no me siento tan fuerte.

Un saludo.

PD: Estaba también la hermana de mi amigo, que fue una chica muy guapa cuando éramos chavales. Estaba emabarazadísima y me alegré de verla, me contó que mañana, es decir hoy, salía de cuentas. Pero no puedo olvidar que hablando con ella no veía otra cosa que una mata de pelos negros y tiesos que salían de sus narices. Esa imagen no me la quito de la cabeza.

miércoles, 6 de julio de 2011

Los jardines invisibles

Abandonar un jardín en el que se ha sido tan tan tan dichoso unas horas o unos años siempre es penoso. Uno nunca sale de él con la cabeza bien alta a menos que haya cometido la improbable proeza de dejar dentro a la alimaña muerta o malherida, impotente para volver a dañar a un próximo visitante.

Pero esto no es lo normal. Lo normal es cierto malestar por haber asistido impávido al lento marchitarse de las flores; normal es el eructo amargo después de haberse dado uno un atracón de frutos, haber dejado esqueléticos los antes frondosos árboles; lo normal, en últimas, es marcharse cabizbajo de allí y que la vista atrás nos muestre la existencia de rincones inexplorados, o un inagotable laberinto ante cuya perspectiva, sencillamente, nos faltaron los pies o el valor. Lo normal es salir del jardín y volver al asfalto como se sale de la primavera y se nos viene el otoño encima.

Lo normal, no nos engañemos, es que abandonemos el jardín porque nos molesten ya un poco hasta el cantar de sus pajaritos, pajarracos, las flores sin aroma, algunas repentinamente de plástico, doloridos los tobillos por el piso irregular, a ratos intransitable, surcado de profundas huellas que no son nuestras y por tantas y tantas horribles grietas llenas de hojas secas, muertas.

La tristeza más triste consiste en una especie de remordimiento de exiliado, consistente en ser eternamente un visitante; no encontrar nunca en uno vocación de jardinero.

A veces te dejan entreabierta la puerta de atrás invitándote a volver cuando quieras, para solazarte y hacer inocentes cabriolas en su interior, son los jardines-isla. Otros en cambio cierran empedernidamente, como si las suyas fueran las puertas del Tribunal del Juicio Final, y no te permiten ni asomarte siquiera ni te dejan reclamar alguna cosita que de noche hayas podido dejarte olvidada dentro.

Otros cuantos permiten el acceso, sí, pero engañan: y es que solamente te dejan transitar por un estrecho tramo habilitado, un vereda recta y perfectamente pavimentada, bien preparada, reluciente y sin nada que ver, ruidosa pero muda, una tramo marcado por unas incorruptibles flores de papel couché, que huelen a ambientador; el resto del jardín fuera de la vereda permanece oculto, oscuro y vedado, a veces se escuchan ahogadas voces provenientes de las penumbras que atraen a los idiotas como yo. Salgo de allí normalmente con espinas en las pantorrillas y en las narices, por indiscreto, y nunca encuentro nada en la maleza oscura. Siempre descubre uno como de nuevas que no todo lo oscuro es de la materia del misterio.

Algunos están llenos de hadas y de duendes, esos son encantadores. Otros están llenos de chispeantes demonios, unos demonios que hacen invivible el lugar, y esos jardines también son encantadores.

Ultimamente, con preocupante normalidad, sucede que una funcionaria con gorra nos da antes de entrar una completa guía con un mapa para facilitarnos la visita y recorrer sus zonas más interesantes. A esos entro obediente, a la carrera, como quien hace gimnasia. Y los abandono igual, marcial.

Algunos jardines parecen llamar con tristes y lejanas voces. Aúllan porque les escuece una sequedad o una herida antigua, y precisan cuidado, atención. A esos jardines acudo presuroso, como si no existiera otro motivo por el cual vivir.

Si me encuentro por azar las ruinas de un edificio abandonado por un habitante anterior lloro, lloro de rabia e intento no volver a pasar por allí como si de un lugar sagrado y maldito se tratase. Pero si me encuentro dentro esparcida basura que haya dejado otro visitante, entonces esa basura no la recojo sino que la emprendo a patadas con ella y la esparzo más, y luego no sé dónde meterme. No valgo para jardinero.

Si me encuentro el tronco de un árbol seco, como en la película, me acerco al hueco y siembro susurrando dentro una palabra secreta. Algo mio queda en ese jardín ya para siempre, algo que no es un edificio, ni un columpio, pero que es algo. Esa palabra secreta vertida en el hueco nunca decepciona.

Me gustan los lejanos, y me desalientan los imposibles. Me gustó especialmente un jardín hace años que tenía en su centro un palacio de cristal, tal como era.

El caso es que no pierdo la oportunidad de un jardín, que entro a todos si me gustan, de mil amores, si soy admitido, aun con la firme certeza del abandono. Ninguno es demasiado ni demasiado poco para mi sed insaciable de belleza.
La visita a un jardín es como una vida, quiero decir como lo más puro y bello de una vida.


un saludo.

lunes, 4 de julio de 2011

Krahe- Marcuse y otros

Es muy conocido el antagonismo eros-civilización. Se dice que Freud lo sacó a la luz, lo continuó brillantemente Marcuse, dándole un muy muy tenue barniz marxista. Esta famosa oposición viene a explicar una verdad que todos excperimentamos pero que rara vez queremos ver, esto es: que para la civilización, para la sociedad incluso, se hace necesaria una represión interna de nuestros instintos más básicos, algo que nos genera cierta tensión. Freud contraponía un principio de placer (que es primario e instintivo, puramente animal) y un principio de realidad (que viene a ser el sentido práctico, superviviente, del individuo, y que en las civilizaciones acaba creando leyes, instituciones, etc...). La civilización se ocupa de diferir este principio de placer en el hombre, que renuncia, que debe renunciar a la satisfacción inmediata de sus instintos, a pasar por el aro si quiere formar sociedad. Es en la sexualidad donde estas pujas internas entre uno y otro instinto se hacen más evidentes, más espectaculares, tanto en las ficciones como en la realidad, a veces.
Así eros es una fuerza realmente peligrosa para el orden, puede hacer romper las normas, traer el caos, la guerra (Helena de Troya es un bonito símbolo); el libro de Marcuse es extraordinario.
No obstante creo que este tema del corazón del hombre en pugna con las normas de la polis ya está en la tragedia griega, que no es tan siglo XX como se dice, pero bueno. Los héroes griegos en cambio no acataban más que lo que su corazón les dictaba, claro que así acababan todos... lo que yo quería es colgar la canción de Krahe del mismo nombre, que explica todo esto muy bien.

Saludos.


sábado, 2 de julio de 2011

Spinoza

He encontrado en internet el soneto que Borges le dedicó a Spinoza, aquel joven que, negándose a comprometer su libertad intelectual, rechazó las cátedras que se le ofrecieron, y se ganó humildemente la vida como óptico puliendo lentes en su cabaña.

Mientras tanto, pule que pule, nos enseñó cómo esta aparente complejidad del mundo que nos envuelve no es tal si prescindimos del engaño del tiempo, nos enseñó qué bien se percibe que todo proviene de una sola y misma sustancia si lo vemos desde el punto de vista de la eternidad, que no hay azar, que todo en el mundo material ha de estar determinado, cómo la ética, cómo el hombre, Dios, el Mundo... en fin.
Creo que los académicos deberían ponerse a revisar esa horrible palabra moderna: monismo, que expresa Spinoza con tanta belleza y tanta verdad en el laberinto de sus escritos, explicándonos que todo es igual a todo, continuamente, no hay bien ni hay mal, que el suntuoso mundo que nos rodea y su complejidad es un reflejo del infinito, de la nada, una manifestación caprichosa de eso que él llamaba Dios, todo apenas una ilusión incluida cómo no nuestra propia vida... y en definitiva muchísimas otras ideas (desmitificadoras, terribles o liberadoras, según el temperamento) que Borges resume maravillosamente en su soneto.


SONETO A SPINOZA

Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)

Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.

No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.

Libre de la metáfora y del mito,
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquél que es todas sus estrellas


Saludos.

(mio tio está hecho un toro, más déspota que nunca. El cáncer podrá matarlo, pero solamente la muerte va a poder con él. Qué carácter tiene. Me dijo nada más verme: "Vaya joder cúanto pelo has perdido, coño")

jueves, 30 de junio de 2011

Adios

Esta tarde tengo que ir al hospital a despedirme de mi tio abuelo. El viernes le dan el alta para que pueda volverse al pueblo, a morir allí. Como ya nunca voy al pueblo sé que no le veré más. Será ley de vida y todo lo que se quiera, pero aun me parece raro despedirme de alguien a quien llevo casi cuarenta años acostumbrándome.

Es el hermano de mi abuela materna. Es bajito, fuerte, con el pelo corto completamente blanco muy poblado, muy crespo. Tiene o tenía la mirada fiera, los ojos muy grandes, y en la boca una mueca que siempre me pareció cruel. Aunque no fue un buen tipo a mi siempre me atrajo mucho mi tio N., tan poderoso y tan cínico, con su mujer siempre al lado, deprimida, flaca y amargada. EStoy seguro de que la engañó como mínimo un millón de veces. Ganó bastante dinero trapicheando en el pueblo, haciendo según se cuenta putaditas a diestro y siniestro a los vecinos, sin ningún escrúpulo para sacar algo. A pesar de poseer tan buenas cualidades para el éxito se enriqueció solo moderadamente: acabó construyéndose una casa en el pueblo con algún metro cuadrado más que la media y comprándose un Land Rover último modelo que en los 70 fue la envidia de la región. Tuvo tres hijos y los tres se dieron a diferentes vicios, uno de ellos, demasiado bueno para este mundo, murió de sobredosis, y los otros dos arrastran cada uno a su modo las secuelas de una mala vida.
La gente encontraba incómodo su negrísimo humor y ese cinismo que a mi tanto me gustó siempre. Pero es justo reconocer que su vida ha sido un perfecto desastre.
¿Qué pensará ahora, sabiendo que se muere?

Me recuerdo de adolescente cuando nos acercábamos de visita familiar a su órbita, a su casa, a su mesa. Cómo iba yo en el coche de mi padre temiéndomelo y entraba ya temblando a su casa, esperando la pregunta fatal que acabaría soltándome con mi madre delante. Yo estaba descubriendo por entonces a las chicas, a las que me acercaba con el típico miedo adolescente al sexo contrario, era algo que yo llevaba todavía con cierta oscuridad, inseguridad, con vergüenza incluso; en mi casa esos asuntos eran tabú. Entonces la pregunta inevitable y fatal de mi tio N. era de este tipo, soltada siempre a quemarropa:
- Y tú qué, ¿le has bajado ya las bragas a alguna?
Mi madre miraba a otro lado, y yo quería morirme.
Ahora le agradezco aquello, y de alguna manera admiro que se permitiera no ser un remilgado como todos los demás adultos.
Podría contar algunas anécdotas así con otras víctimas.

En fin quizá no haya sido el mejor tipo del mundo, pero ha sido importante en mi vida, ha estado siempre en mi mapa. Ahora que lo pienso ha sido quizá el único personaje shakesperiano, de carne y hueso, que me ha nombrado. Tiene varios tumores en un pulmón, metástasis en el hígado. Qué normal es morirse. Qué asco de vida.

Espero conservar esa imagen de mi tio N. sentado a la mesa con una mano en la rodilla y ladeado, como esas fotografías de solitarios caballeros del s.XIX, callado la mayor parte del tiempo, siempre a punto de soltar un comentario hiriente, poderoso y escrutador. Esos grandes y líquidos ojos negros. Esa inolvidable mueca cínica y cruel de la boca.

A ver con quién me encuentro ahora. Seguramente con un hombre extenuado, por fin bueno, dócil, cómodo. Ahora que parecen haberse agotado sus reservas de desprecio buscará la paz, el perdón, y demás.

Saludos.

lunes, 27 de junio de 2011

Lejano

A pesar de ciertos inicios prometedores, pronto asumí que no soy un poeta, que no soy un artista de ningún tipo. Ni siquiera poseo el método y la tenacidad necesarias para hacerme un intelectual. Aun a pesar de haberme dado cuenta hubo un tiempo en el que, bien por vanidad bien por ligar, aun interpreté ese favorecedor papel de bohemio intelectual poeta vagamente nietzscheano dispuesto a morir o matar por un verso, en otras palabras fui durante unos cuantos años un farsante, y un pelma. Ahora ya no soy un farsante. No pretendo ser nada así ni hacérselo creer a nadie.

El acto mismo de escribir públicamente (este blog, por ejemplo) no entiendo bien a qué impulso obedece.

Y por otra parte y al mismo tiempo, pese a haber renegado de aquellos arrebatos líricos he quedado incapacitado también para la vida corriente. Es así que me aburren y huyo de las conversaciones convencionales que me rodean, me espanta la televisión, las tonterías y batallitas del trabajo que nada me importan, la fórmula uno, las derechas, el Papa, las izquierdas, de si es más barato el kilo de gambones en el Mercadona o en el Carrefour, de si esta camiseta me sienta mejor o peor que otra, ni siquiera el dinero me seduce gran cosa...a pesar de vivir rodeado de ello. Quiero decir que asisto al espectáculo de mi existencia como siendo otro.

Cuando observo a los demás despachar con tanta naturalidad estos asuntos, pasar la vida metidos en ellos sin más, considero esta frivolidad un lujo, casi un estado de gracia que a mi me ha sido negado.

Así que asumo que soy un hombre que se ha quedado en la orilla, viendo pasar el rio, sentado fumando tranquilo y sin entender gran cosa. Y tampoco se está mal, como diría Cortázar es una vida como cualquier otra.

Saludos.

domingo, 26 de junio de 2011

Bach

Bueno ahora que me han enseñado a insertar videos quiero poner este, una de mis piezas musicales favoritas. El estallido de la música tras los primeros segundos de silencion aun me estremece, los monólogos del violín después, sus ensimismamientos y sus estallidos con la orquesta.
Si tengo el día (porque la música suena solamente cuando quiere) aun me hace soltar alguna lágrimita.

Hubo tiempo en el que no me importaba otra cosa que fumar porros y escuchar música. Hoy en día quizá ya esté envilecido, sea demasiado cobarde para entregarme así. El caso es que este primer movimiento que cuelgo aquí es algo realemente importante en mi vida.

(el segundo y tercer movimientos también son maravillosos)



Saludos.

viernes, 24 de junio de 2011

El mono desnudo

Desde un punto de vista zoológico no somos nada de otro mundo. Desmond Morris escribió a mediados de los años 60 un libro demoledor, definitivo para limpiar los restos de lo que pudiera quedar del viejo mito del hombre como especie elegida. Acabo de terminarlo.
Se empieza hablando del mono que baja del árbol y se enfrenta a la estepa, de cómo ese mono va erguiéndose y perdiendo (por motivos aun no explicados del todo), pelo corporal; de cómo, a falta de armas naturales (garras, colmillos) comienza a utilizar armas artificiales para defenderse y atacar, lo que conlleva un mayor cerebro, consumo de carne, más caza más proteínas, más cerebro... Esto está en cualquier manual de antropología.

Lo más interesante llega en seguida con los comportamientos que adopta el mono desnudo para sostener una forma de vida basada en la caza cooperativa, ya que un humano por ahí suelto en la estepa con un palo en la mano no suponía una amenaza, y era además una presa fácil. Es decir, que los machos debían llevarse bien entre sí para ayudarse en sus cacerías. Debía no haber entre ellos rencillas si la especie quería sobrevivir.
La cosa es larga pero igual que sucede con otras especies de primates con una organización social similar, la naturaleza creó el enamoramiento entre otras cosas para evitar la competencia sexual entre los machos de la manada. Los monos también se enamoran y se establecen vínculos entre machos y hembras.
Otro mecanismo biológico para este fin es el sexo. Las hembras humanas son las únicas en la naturaleza con el ángulo del conducto vaginal hacia delante. Esto hace que la postura básica de cópula entre humanos sea de frente, la que nosotros llamamos "del misionero". En más de 200 sociedades humanas repartidas por todo el mundo, desde tribus africanas a esquimales, se ha estudiado que un 80% del sexo que se practica se hace así, de frente. En el resto de especies sin excepción el macho monta a la hembra desde atrás. Nosotros nos miramos en cambio a la carita mientras, lo cual qué duda cabe crea un vínculo entre macho y hembra, relacionando así inmediatamente el sexo con la identidad del compañero. Viene a ser sexo personalizado frente al sexo más impersonal que se practica por atrás. Hay quien cree que también la pérdida del vello corporal se produjo precisamente en virtud del placer de las caricias, de un más estrecho vínculo entre macho y hembra, pero esto no está claro.

ESte poderoso vínculo natural, el amor, fue creado sobre todo para la protección de las crías, que durante un tiempo excepcionalmente largo en nuestra especie comparado con el resto del reino animal, necesitan protección, cariño, y mucho aprendizaje para enfrentarse al complejo mundo exterior que les espera. Nuestra capacidad de aprendizaje es sin duda la clave de nuestro éxito evolutivo. Nuestra inmadurez de adultos se prolonga durante toda la vida (esto se llama neotenia, no confundir con complejo de Peter Pan); así que esa inmadurez de la que tantas veces nos vemos acusados por amargosas marujas resulta ser un mecanismo adaptativo único, nos permite seguir aprendiendo durante toda nuestra vida hasta la vejez.
Habla después de nuestro comportamiento social como una herencia recibida del arte que nuestra madre despliegue con nosotros durante nuestra niñez. Este raro arte consiste en el equilibrio entre la protección y el cariño que recibimos de ella durante la primera infancia y de su buena mano después para ir soltándonos a la sociedad con otros niños con los que jugar. El carácter del adulto estará condicionado para toda la vida por esta sutil conjugación que la madre realiza. Pone realmente incómodo al leer el libro constatar que somos idénticos a los monos estudiados, que los chimpancés mimados y queridos por sus madres y luego juguetones con sus amigos eran así, que a los que les faltaba una de las dos cosas se comportaban de esta o de aquella manera, y que los pobres monos a quienes les faltaron los dos elementos son socialmente de adultos unos pobres diablos. Al fin y al cabo incomoda que buena parte de eso que llamamos con cierto vano orgullo "nuestra forma de ser" no sea más que el resultado evidente de una combinación en la que ni siquiera intervenimos, ni es mérito ni culpa nuestra ser así o asá.

En fin no quiero ponerme pesado. Habla también de nuestros patrones de lucha, de nuestros gestos y forma de defendernos o mostrar intenciones de ataque al sentimos amenazados (Dios sabe a cuántos orangutanes con corbata he reconocido en el libro). Habla de la risa y del llanto. Habla de la religión, la defecación, la guerra, el trabajo, el clítoris y los orgasmos femeninos, del pandillismo masculino, del pintalabios, del lenguaje (desde la charlatanería a Garcilaso de la Vega) como sucedáneo del aseo social, de por qué a las niñas les gustan los caballos y a ninguno nos gustan las serpientes o las arañas.

El libro no deja ni un pájaro suelto en la cabeza. Y he entendido lo que dice Koestler en la contraportada: “cuando uno se mira en el espejo después de haber leido este libro ya no se ve de la misma manera”

PD: Como parte simpática recuerdo la parte en que se explaya con evidente gusto en los los rituales preparación y posterior coito humanos. Lo describe con tanto detalle que deja de ser por unas páginas el frío científico y alcanza por momentos la intensidad de un relato erótico. A lo mejor se trata de un nuevo género literario, inexplorado: el erotismo científico. El caso es que funciona.

Saludos.

miércoles, 22 de junio de 2011

Sueño con serpientes

Hace años que escuché esta canción. No era de mis favoritas. Hoy de repente he entendido claramente qué quería decir Silvio.
Me avergüenzo un poco la verdad, de mi torpeza, no haberla entendido antes así como ahora la entiendo.

Creo que he aprendido además a colgar videos.

http://www.youtube.com/watch?v=I6OUMPZqijM&feature=related

(no, no he aprendido pero copio el enlace)

Saludos

lunes, 20 de junio de 2011

Inconstancia

Comprendo que soy poco sentimental.
Años después me doy cuenta de que tenía razón Jimena en eso, aunque yo por entonces me esforzara, empachado de sonetos, en representar el papel de ardoroso enamorado. Yo, tomándome por un alma de poeta, me indignaba con ella (y conste que hablo de la mujer de mi vida) cuando se quejaba de esta frialdad natural mía. Una acusación que fue objeto de graves desencuentros conmigo mismo en aquellos tiempos.

Hoy es algo que admito sin más.

¿Explica esta pobre afectividad mi inconstancia en el amor?. ¿No se contradice con que inmediatamente a continuación de alcanzar el objeto de deseo, una vez convertido en objeto amoroso, vaya perdiendo paulatinamente interés en él?
No es que precisamente me guste esta brecha (realidad-deseo) en la que vivo, pero así es.

El caso es que aun en esa etapa inicial, más apasionada de mis relaciones, soy un incapaz para los arrumacos, caricias y demás ternezas más allá del erotismo. Si por ejemplo estoy leyendo, o fumando mirando al techo o haciendo unos huevos fritos, no me salen y hasta pueden llegar a molestarme las ternuras.
En fin, que sí, que seré poco sentimental.

(Atendiendo a mi inconstante biografía entiendo además que esta deriva en la que ando es moralmente degenerativa. Es decir: con mis dos primeras novias pasé largos años, con las siguientes solamente algunos, pocos. Las últimas no me duran más que unos meses.
¿Acabaré siendo carne de prostíbulo?)

Saludos.

sábado, 18 de junio de 2011

15M

No comparto esta simpatía por el 15M, ni en general la simpatía que desatan en la sociedad estos movimientos rompedores. Es como cuando te quieren vender algo diciéndote “esto te va a cambiar la vida”, un argumento de por sí atractivo para el consumidor, oyente, ciudadano... quiero decir, en mi caso es cierto pero, ¿cómo es que das por hecho que yo quiero cambiar mi vida? ¿tan infelices somos todos? ¿cómo es que se pregunta “qué tal” y se responde “bien”, pero en cambio luego se desea así que todo cambie?

Las promesas del 15M son algo parecido: cambiar algo que no sabemos muy bien qué es, pero que no nos gusta. Y cambiarlo además hacia no sabemos muy bien qué.

En fin.
Si el mayo del 68 se ha quedado en agua de borrajas esto del 15M no creo que vaya a ir mucho más lejos. Aunque (lo digo sin ironía) como una chapita romántica y revolucionaria, inconformista, en la solapa de nuestra sociedad no queda mal.

Saludos.

viernes, 17 de junio de 2011

Cultura y sociedad

Las consecuencias más penosas de no haberme ocupado en mi juventud de labrarme un porvenir no las noto ahora en mi situación económica, ni tampoco en extenuantes condiciones de supervivencia. Digo esto porque estos dos argumentos, el fantasma de la pobreza y la amenaza del pico y la pala si no estudiaba, eran los preferidos por nuestros padres para amenazarnos, por nuestro bien, para inculcarnos el estudio siendo niños. Me reconozco culpable de no haberles hecho caso: no estuve dispuesto a dilapidar mi sagrado ocio juvenil en un entonces para mi imposible porvenir, total por hacerme un brillante profesional de no se qué profesión.

A pesar de ello gozo de la fortuna de tener dinero suficiente, y de no exprimir demasiado mis fuerzas para ganarlo.



Pero sí que estoy padeciendo por mi apatía juvenil otras secuelas de las que no me previnieron mis padres. Me refiero sobre todo a este desarraigo en el que vivo, a la incontenible extrañeza que siento en el mundo en medio del cual me muevo y me mantengo en pie, ciertas tristes y absurdas batallitas que me veo obligado a librar para ir tirando, por gilipollas.

Aunque ya muy tarde, he comprendido que es imprescindible ir labrándose uno el futuro, si bien por razones en mi caso distintas a los consejos paternos. Y es que lo que parece imperecedero durante la juventud (la Belleza, las nobles aspiraciones por ejemplo, cierto tono de vida) acaba diluyéndose si uno no lucha por materializarlo, rodearse de ello y fortificarlo frente a la envidiosa necesidad, creo.



De joven me parecía elegante y hasta un poco dandy esta apatía y distancia frente al sucio mundo. Pero era una postura puramente estética. Ahora en cambio es la única manera en la que puedo permitirme seguir en el mundo, y ni siquiera siempre. Comprendo con espanto la arrongancia de ciertos adultos insignificantes que conozco.

Aunque me espanta más, más que la muerte (y no exagero) acabar convertido en algo similar a algunos sujetos que me rodean y en medio de los cuales, como un extraño, me veo viviendo. Es espantoso.



Tras tanto espantar, espantarme y tanto espanto aun daré una vuelta de tuerca más. Necesito aun escribir acerca de esa mala conciencia social burguesa que llamó mi atención leyendo a Marcuse el otro día. Y es que hay una separación abismal entre el mundo de la belleza, la verdad, etcétera y el mundo del trabajo y la supervivencia. La sociedad burguesa ha creado un concepto de cultura como algo trascendente a la sociedad, separado de la vida cotidiana, un mundo metafísico y trascendente al que todos los ciudadanos tienen derecho y acceso. Aunque en la realidad esto no sea así, y lo normal sea que la gente más bien se incomode (más cuanto más vulgar sea) si oye hablar de Horacio de la Revolución Francesa, por ejemplo. En la antigüedad la separación entre uno y otro mundo era una separación de clase, prácticamente profesional. Unos se dedicaban a las artes y la filosofía y las ciencias, que proporcionaban placer y belleza, mientras que el resto se ocupaban de cubrir sus necesidades, no teniendo tiempo para tales lujos. Era algo que se llevaba con normalidad, no existía una mala conciencia en la sociedad respecto de esto. La sociedad moderna en cambio, "obligada" de algún modo a acceder a ese mundo trascendente para obtener felicidad, si no accede, sí siente esa mala conciencia, más cuanto más extraño les resulta ese mundo. Por eso resulta tan incómodo si se intenta hablar con Pepita de la Revolución Francesa en presencia en presencia de gente que nada sabe de la Revolución Francesa.



Bueno el resumen es de lo más burdo, quiero decir con todo esto, ¿cómo no arrepentirme de no frecuentar ciertos círculos en los que sentirme a gusto, en los que pueda estar mejor o peor, pero no ser un friki?

Quiero decir con este post que no poder hablar tranquilamente de lo que me dé la gana es la secuela que más padezco por no haberme granjeado un "buen futuro".

martes, 14 de junio de 2011

Ya Merche, que descansa tu ventana...

He olvidado mencionar aquí un suceso trascendental en mi vida, importantísimo, sucedido el pasado mes de mayo.
Murió la abuela de mis primos, una señora ya muy anciana, centenaria casi. Esta señora es (¿debo decir "era"?) cubana, vivió la revolución, estudió filosofía y letras en la Habana, según contaba conoció bien al Che Guevara (de quien yo creo que se enamoró un poco), se casó con un popular actor de Miami, donde vivió hasta hace pocos años, vino a España con ochenta y muchos, vivió aquí unos años y murió.

Fui a su velatorio como suele hacerse en estos casos a acompañar a la familia y a hacer un poco el paripé todos juntos. Mi prima hablaba con una señora bastante gorda, rubia, que me resultaba vagamente familiar, y a la que llamaré Mercedes, por ejemplo. Cuando me acerqué lentamente al grupo (uno se mueve con cierta precaución entre los grupos de gente conocida) mi prima me preguntó si no me acordaba de Merche. Mercedes me miró con cierta incomodidad. Instantáneamente exclamé que cómo no iba a acordarme de ella. Me acerqué y le di dos besos. Intenté establecer una conversación por otro lado perfectamente vulgar, pero ella rehusó no sin cierta elegancia, y siguió hablando delicadamente con mi prima de la fallecida, a la que apenas conocía, sin volver a mirarme.

Mercedes fue mi primer amor, o uno de los primeros. Era amiga de mi prima, fueron muy amigas durante la adolescencia, bastante amigas en la primera juventud y simplemente conocidas después. Durante un tiempo yo frecuenté el grupo de mis primos (un grupo que no me resultaba simpático) solamente por poder estar cerca de ella. Estaba absolutamente loco por su cuerpo y por su pelo rubio y su cara con esos enormes e inteligentes ojos azules. Me quedaba embobado mirándola en bañador cuando íbamos al Aquopolis. Me fascinaban a los 16 o 17 años más que nada en el mundo esos colosales pechos que tenía, tan exagerados que tuvieron que reducírselos años después por problemas de espalda, y que eran como el punto más sensible al que aferrar mi deseo por ella. Pero ese deseo sé desde hace tiempo que la abarcaba entera, su manera de moverse, de hablar, de recogerse el pelo y hasta sus pies.
Viendo fotos después corroboro que lo mio de entonces no consistía en esa ceguera juvenil tan típica de no poder mirar más allá de dos descomunales tetas, con perdón. Mercedes tenía una cara preciosa, y un cuerpo de Venus un poco a lo Samantha Fox que exaltaba a cualquiera, más a un adolescente, para quien algo asi constituía algo más que un hermoso cuerpo: Mercedes era un milagro, prácticamente una divinidad para mi.

Por supuesto no saqué nada de ella. Ni siquiera creo que llegara a sospechar de mis titubeantes intenciones más que de las de otros muchos que tampoco consiguieron nada. Era tan elevada la sola pretensión de tenerla que no me atreví ni a insinuarme.
Pardillo.
Luego se casó muy joven, con el chulito, guaperas y gracioso del barrio, de quien según supe acabó divorciándose. Pasé más de diez años sin verla. Y francamente no la recordé mucho.

Bien, el caso es que el tiempo ha hecho estragos en ella y que ahora, mediados los 30 años, sin pecho apenas, lo primero que llamaba la atención de ella era un impactante bozo y unas patillas de pelos, rubios pero bien poblado, tenía la piel apergaminada y un poco hirsuta, como si fumara mucho. Siendo crueles pero honestos digamos a las claras que Mercedes es una señora gorda cualquier otra, particularmente fea. Cierto que mantiene esa mirada altiva y esos exquisitos modales pero que, esta vez, más que darle elegancia y vuelo la hacen parecer más antipática.

Así que ya tengo otro mito de juventud derrumbado más.

Ah descubrí además que no es rubia. Era teñida.

Es un pobre consuelo pensar que la Belleza en sí es imperecedera, y esas cosas, teniendo en cuenta que ese maravilloso cuerpo de Mercedes se ha perdido para siempre, como lágrimas en la lluvia, que en fin todo se va sin dejar rastro.

Y sin embargo sí, cierto consuelo en el velatorio al verla, un bienestar como postcoital, un cosquilleo de satisfacción contemplando su bigote, quizá justicia, no sé...

lunes, 13 de junio de 2011

Vacíos...

Solamente escribo en este blog cuando me siento triste, incomprendido y solo.
Si me encuentro bien, si las semanas pasan inadvertidamente, si hago planes y quedo o estudio o en general siento que mi vida flota a la deriva pero con la corriente, entonces vivo y no escribo. A veces me basta para coger una de esas corrientes con descubrir a Schopenhauer, a Boccherini, o encontrar una más bien breve promesa de amor o salir al campo, casi cualquier cosa. Mi despreocupación me vacuna, de algún modo, para la vida, o eso me parece. Alcanzo naturalmente un estado de perfecta indiferencia hacia el mundo y hacia mi mismo, evito individualizarlo todo, todo me da igual, y entonces estoy bien. Y lo dicho, no escribo sobre mi y mis circunstancias, que a nadie interesan.
Pero acaba llegando sin remedio el día en que las cornetas se ponen a tocar. Porque a menos que se sea pensionista, supongo, o heredero de una fortuna, la vida no permite estos laureles y toca despertar para sobrevivir. Siempre que la vida me obliga a tomar cuerpo en el mundo, a tomar partido, a luchar, acabo sintiéndome pesado, solitario, y algo tétrico también. No me concentro en la lectura ni tengo las fuerzas interiores necesarias para la música, no escribo o escribo cosas como esta, no encuentro gusto en la gente ni en mi mismo y en general la vida me parece una cosa bastante preocupante. Me es exactamente igual el resultado de la lucha porque yo acabo exactamente igual de sucio y de vulgar gane o pierda las batallitas cotidianas.

¿Significa esto que sería feliz si fuera un frívolo multimillonario despreocupado de su supervivencia? Desde luego que sí.

Pero lo más hiriente es la soledad. Paso a explicarme. Cuando se está bien no se da abasto (ya he escrito algo sobre este fenómeno que me llama tanto la atención): a menudo atiende uno las demandas de su entorno con hastío, y hasta con cierto fastidio a veces. Cuando se está mal en cambio los mismos que dos semanas antes no te dejaban en paz un punto, ahora de forma insignificante no te contestan a un mensaje, otros se retrasan hasta la indecencia en hacerlo; y uno tiene cierta experiencia ya para comprender que estarán calibrando convincentes excusas para la próxima cita.

Esto es lo más doloroso, digo, comprender así de claramente lo solos que estamos a pesar del suntuoso aparato del que rodeamos nuestra vida, es un lugar tan común este que parece un tópico, lo sé.
Y también es humillante descubrir, en la debilidad, que se necesita de otros a quienes no se soporta fácilmente.

En fin, a trabajar

Saludos...
(bueno en realidad me saludo a mi mismo, porque tengo la impresión de que aquí no me lee ni el Tato, claro que no me extraña... así que bueno me celebro y me canto a mi mismo)

viernes, 13 de mayo de 2011

Cumpleaños

El paso del tiempo tiene algo similar a la caída del cabello: un proceso lento y cruel, un goteo incesante hasta que ya no quedan pelos o días por gastar en la feria. Ocurre sin que casi nos demos cuenta. La naturaleza (humana en este caso), en su infinita sabiduría, va socavándonos así tan imperceptiblemente que no nos deja apenas un resquicio para asomarnos a la atrocidad de la existencia. Solamente cuando nos plantamos delante de una foto tomada años atrás, o en los cumpleaños, nos damos cuenta de esa tontería, de esa avería que es que el tiempo pase.

Hoy cumplo 37. No tengo ni familia ni hijos. Mi trabajo me importa un pijo. Tampoco me quedan amigos sino más bien un grupo de colegas más bien apáticos. Ya no me enamoro como un divino idiota. Perdí todos mis tesoros aunque, curiosamente, llevaba meses, o semanas por lo menos, feliz en el naufragio. Desapercibido hasta hoy, claro.

En fin, que no son buena idea los aniversarios, esta iniciativa social; solidifican la espuma de los días hasta poder si se quiere ponerle un lacito al pasado, y enterrarloo; tiene algo de indecente (¿y necesario?).

Por otro lado cierto alivio de que cada vez se espere menos de uno (qué vamos a hacerle, mamá), de que la mayor parte del trabajo vaya quedando hecho, de que, pese a tanta fúnebre felicitación, sienta la vida igual, como un viento aquí en el pecho que aun corre fuerte, fiero, que silba al pasar.

En fin.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Pálpitos

La vida posee raras e incomprensibles cualidades. A ratos todo parece confluir en su favor y otros en cambio, en su contra; constatar este misterio resulta tan evidente para nuestra percepción como oculto queda para nuestra inteligencia. No existe una psicología ni una definición, ni una fórmula ni una ecuación que describa este lógos extraño que hace girar la realidad a nuestro alrededor, pero es así. Resulta imposible, y a mi modo de ver bastante superfluo, atribuir con certeza estos vaivenes a un azar juguetón o bien a una teleología de raíz divina, a un plan determinado y trascendente. Yo quizá por mi carácter y temperamento tengo la impresión de que la potencia originaria de tantas idas y venidas obedece en el fondo a nada, que no responde a ningún relato previo, y que en últimas todo resulta absurdo y caprichoso.

Este ir y venir, estas vacas flacas o gordas no reposa solamente en difusos estados de ánimo. Está en la realidad y en los fenómenos que nutren nuestra vida. Por ejemplo, en las personas de nuestro entorno: sin conocerse entre sí y de repente cuentan a la vez todas contigo para consultarte, intimar, visitarte, de modo que durante una temporada no se da abasto y se siente uno urgido e incluso agobiado por el medio social. Basta entonces una mala señal, un día aciago, para que pronto parezcan haberse puesto todos de acuerdo para relegarte y tu vida parezca entrar en un torbellino de soledad: desparecen sin más, por un tiempo, ni se preoucpan ni llaman ni preguntan ni piden consejo a uno, que queda estupefacto, incomprendido y solo, claro.
Ocurre igual con el juego, con los negocios, los amores, la salud, con la estimación social, con las más íntimas expansiones y contracciones de esa cosa antes llamada "espíritu". Y ocurre porque sí, sin invocaciones ni sacrificios aparentes, imprevisiblemente.
No creo que sea aplicable esa máxima moderna de las gallinas que entran por las que salen. A veces se tiene el gallinero repleto y otras veces no quedan ni las pajas.
Y no hay quien lo entienda, ni falta que hace.

Es como para poner la fe y el conocimiento en horóscopos, cábalas, espiritismos y toda clase de supercherías montadas para no ser nunca comprensibles.

martes, 1 de febrero de 2011

Corre, conejo

He salido a correr esta mañana, una saludable patochada que hasta ayer mismo había juzgado deplorable. Antes de ducharme me he puesto las deportivas, el chándal, y he salido a correr. Al final he corrido más de una hora (y eso que fumo), no sé cuántos kilómetros, arrebatado como un loco y sin ningún propósito definido. Ahora me siento orgulloso, potente, aquí en la oficina (he llegado tarde). No es que pretenda adelgazar, ni presentarme a una san Silvestre ni despejar mi circuito coronario. Mi cuerpo en los últimos meses es una masa orgánica redundante, innecesaria y yacente. ¿Por qué echar a correr, entonces, de pronto? Seguramente hacer creer al cuerpo que aun es útil, que aún ocupa una función sobre la tierra, engañarlo, escapar por piernas del cáncer.
Hacía un frío horrible esta mañana; yo creo que me he resfriado.

lunes, 31 de enero de 2011

Los ricos también lloran

La noticia más leida en el periódico digital el Mundo de ayer fue que la hija de Toni Cantó y Eva Cobo falleció la noche del sábado en un trágico accidente. Su coche chocó con en el de otro que conducía, borracho, en dirección contraria. La chica tenía 18 años.
Me gusta fijarme en cuáles son las noticias más leídas de los periódicos digitales. Me parecen un estupendo indicador social, es una votación honesta, sin prejuicios, y realizada en la más estricta intimidad de lo que en realidad le interesa a la gente que me rodea. Habitualmente las noticias más votadas tienen que ver con esperpentos o revoluciones televisivas, escándalos sexuales de personajes famosos, noticias deportivas o hechos bien inusuales, raros y fáciles de digerir, ocurridos a algún famoso de la tele, ya sea este político, futbolista, presentador o modelo o modela.

Me sorprendió que la desgracia ocurrida a un personaje más bien secundario como Toni Cantó, la noticia de la muerte de su joven y desconocida hija Carlota Cantó, copara la primera plana de la información nacional. No es tan extraño. A todos nos encantan las desgracias acaecidas a aquellos a quienes admiramos; a quienes envidiamos por ser más ricos, más exitosos o más guapos que nosotros. Nuestra pequeñez se siente por un instante complacida. Nuestro tormento cotidiano y a medio gas se regocija en comprobar que quienes vivien en el calor del éxito se ven chamuscados, de vez en cuando, por el mismo fuego que a nosotros nos consume.

Hoy la noticia sigue siendo la más leída del El Mundo.es
(he visto por cierto también la fotografía de la muchacha: era bellísima)

miércoles, 19 de enero de 2011

Los profes se deprimen

Me dijeron ayer que es duro ser maestro, que pasas horas con los niños y que se mete luego uno al servicio y se siente frente al espejo intolerablemente viejo.

Debe ser duro, y pensé que buena parte de la responsabilidad sobre los altos índices de depresión entre el profesorado pueda ser debida precisamente a este sentirse uno más viejo, más cansado y con menos vida que aquellos de quienes se ve rodeado a diario.

Hoy no estoy muy escribidor...

martes, 18 de enero de 2011

No sólo vacío de estómago

Me pasó una cosa el sábado.

Estábamos cenando en Madrid cuando entró en el restaurante un hombre ya de cierta edad, intentando vender unos poemitas que había escrito. Un hombre mugriento y solitario. Saltaba a la vista que se trataba de uno de tantos viejos perdedores que merodean por las ciudades. Caminaba cansado entre las mesas repartiendo sus libritos de poemas con ese tono apagado de quienes venden kleenex por los semáforos. Unas chicas que estaban en la mesa de al lado le dieron unas monedas sin quedarse con el librito.

Yo hice igual, aunque le compré sus poesías más por caridad que otra cosa. Una limosna es siempre más humillante que una compra-venta. Entonces me miró y se quejó, con una profunda tristeza en los ojos azules:

- Es que nadie me lee.

Me pareció conmovedor, enorme, que un caballero así se lamentase de que nadie lo leyese más que de las condiciones en que se encontraba.

Después de su respuesta tenía cierto gusanillo por encontrarme en los poemas con un espíritu genial y maldito, uno de esos pocos hombres póstumos, pero nada.

Parece que el dolor, la incomprensión es universal, igual para los genios que para los mediocres.



Hasta otro día, y gracias a Lola, Audrey, por haberme vuelto a meter en esto con su indiscreción.

lunes, 17 de enero de 2011

Intimidades las justas

En general creo que a todos nos pasa que nos interesan más bien poco los asuntos de los demás. Pero cuando estos asuntos que los demás nos cuentan con el ardor propio del protagonista, y que a nosotros nos resultan tan perfectamente vulgares, se vuelven demasiado íntimos o demiasado personales este desinterés hacia las revelaciones del otro se convierten a menudo en repugnantes. Repugnancia tanto mayor cuanto más cercana nos sea la persona en cuestión, y tanto mayor aun cuanto más ajeno nos sea el asunto íntimo que nos relata.

Las sombras de la persona amada que saltan a la vista nos resultan encantadoras, divertidas, motivos para conversaciones y bromas. Pero nada hay más repulsivo que entresacar lo inconfesable de las inocentes e intrascendentes confesiones del otro, adivinar a través de sus motivaciones al parecer más banales el mundo oculto que todos llevamos dentro: amores irrealizables, eternos, miedos que hacen enmudecer, frustraciones de todo tipo. Toparnos en la presunta claridad celestial del amor puro que queremos imaginar en el otro esas penumbras vergonzosas es lo primero que hace que el amor se desmorone, sobre todo cuando entendemos que esos territorios oscuros son inaccesibles para uno (y son inaccesibles en cuanto no puede hablarse de ellos).

Hay pocas cosas más desagradables, por ejemplo, para mi al menos, que el relato que un amor actual hace de sus amores anteriores. Yo lo evito adrede siempre que me lo permiten. Pocas veces o ninguna se siente uno, o una, tan intrascendente como entonces, cuando tu amada, involuntariamente, te sitúa indirectamente en una sucesión. Las palabras, las caricias dedicadas ya no nos parecen tan exclusivas. Uno pasa de ser el único amor posible e imposible a miembro de una lista que va renovándose, y se palpa así el tiempo, que pasa, claro. El amor pierde entonces su carácter eterno, cae en el tiempo y claro, queda condenado a pudrirse, ya sin remedio.
Esta verdad tan clara, tan evidente, pero que debido a su irracionalidad y a su escasa inteligencia normalmente resulta inaccesible a las mujeres (sí, hoy me siento misógino, qué pasa), destroza parejas a mansalva.

A lo que iba: que las intimidades son letales para las relaciones íntimas. Qué cosas.