miércoles, 2 de febrero de 2011

Pálpitos

La vida posee raras e incomprensibles cualidades. A ratos todo parece confluir en su favor y otros en cambio, en su contra; constatar este misterio resulta tan evidente para nuestra percepción como oculto queda para nuestra inteligencia. No existe una psicología ni una definición, ni una fórmula ni una ecuación que describa este lógos extraño que hace girar la realidad a nuestro alrededor, pero es así. Resulta imposible, y a mi modo de ver bastante superfluo, atribuir con certeza estos vaivenes a un azar juguetón o bien a una teleología de raíz divina, a un plan determinado y trascendente. Yo quizá por mi carácter y temperamento tengo la impresión de que la potencia originaria de tantas idas y venidas obedece en el fondo a nada, que no responde a ningún relato previo, y que en últimas todo resulta absurdo y caprichoso.

Este ir y venir, estas vacas flacas o gordas no reposa solamente en difusos estados de ánimo. Está en la realidad y en los fenómenos que nutren nuestra vida. Por ejemplo, en las personas de nuestro entorno: sin conocerse entre sí y de repente cuentan a la vez todas contigo para consultarte, intimar, visitarte, de modo que durante una temporada no se da abasto y se siente uno urgido e incluso agobiado por el medio social. Basta entonces una mala señal, un día aciago, para que pronto parezcan haberse puesto todos de acuerdo para relegarte y tu vida parezca entrar en un torbellino de soledad: desparecen sin más, por un tiempo, ni se preoucpan ni llaman ni preguntan ni piden consejo a uno, que queda estupefacto, incomprendido y solo, claro.
Ocurre igual con el juego, con los negocios, los amores, la salud, con la estimación social, con las más íntimas expansiones y contracciones de esa cosa antes llamada "espíritu". Y ocurre porque sí, sin invocaciones ni sacrificios aparentes, imprevisiblemente.
No creo que sea aplicable esa máxima moderna de las gallinas que entran por las que salen. A veces se tiene el gallinero repleto y otras veces no quedan ni las pajas.
Y no hay quien lo entienda, ni falta que hace.

Es como para poner la fe y el conocimiento en horóscopos, cábalas, espiritismos y toda clase de supercherías montadas para no ser nunca comprensibles.

martes, 1 de febrero de 2011

Corre, conejo

He salido a correr esta mañana, una saludable patochada que hasta ayer mismo había juzgado deplorable. Antes de ducharme me he puesto las deportivas, el chándal, y he salido a correr. Al final he corrido más de una hora (y eso que fumo), no sé cuántos kilómetros, arrebatado como un loco y sin ningún propósito definido. Ahora me siento orgulloso, potente, aquí en la oficina (he llegado tarde). No es que pretenda adelgazar, ni presentarme a una san Silvestre ni despejar mi circuito coronario. Mi cuerpo en los últimos meses es una masa orgánica redundante, innecesaria y yacente. ¿Por qué echar a correr, entonces, de pronto? Seguramente hacer creer al cuerpo que aun es útil, que aún ocupa una función sobre la tierra, engañarlo, escapar por piernas del cáncer.
Hacía un frío horrible esta mañana; yo creo que me he resfriado.