lunes, 31 de enero de 2011

Los ricos también lloran

La noticia más leida en el periódico digital el Mundo de ayer fue que la hija de Toni Cantó y Eva Cobo falleció la noche del sábado en un trágico accidente. Su coche chocó con en el de otro que conducía, borracho, en dirección contraria. La chica tenía 18 años.
Me gusta fijarme en cuáles son las noticias más leídas de los periódicos digitales. Me parecen un estupendo indicador social, es una votación honesta, sin prejuicios, y realizada en la más estricta intimidad de lo que en realidad le interesa a la gente que me rodea. Habitualmente las noticias más votadas tienen que ver con esperpentos o revoluciones televisivas, escándalos sexuales de personajes famosos, noticias deportivas o hechos bien inusuales, raros y fáciles de digerir, ocurridos a algún famoso de la tele, ya sea este político, futbolista, presentador o modelo o modela.

Me sorprendió que la desgracia ocurrida a un personaje más bien secundario como Toni Cantó, la noticia de la muerte de su joven y desconocida hija Carlota Cantó, copara la primera plana de la información nacional. No es tan extraño. A todos nos encantan las desgracias acaecidas a aquellos a quienes admiramos; a quienes envidiamos por ser más ricos, más exitosos o más guapos que nosotros. Nuestra pequeñez se siente por un instante complacida. Nuestro tormento cotidiano y a medio gas se regocija en comprobar que quienes vivien en el calor del éxito se ven chamuscados, de vez en cuando, por el mismo fuego que a nosotros nos consume.

Hoy la noticia sigue siendo la más leída del El Mundo.es
(he visto por cierto también la fotografía de la muchacha: era bellísima)

miércoles, 19 de enero de 2011

Los profes se deprimen

Me dijeron ayer que es duro ser maestro, que pasas horas con los niños y que se mete luego uno al servicio y se siente frente al espejo intolerablemente viejo.

Debe ser duro, y pensé que buena parte de la responsabilidad sobre los altos índices de depresión entre el profesorado pueda ser debida precisamente a este sentirse uno más viejo, más cansado y con menos vida que aquellos de quienes se ve rodeado a diario.

Hoy no estoy muy escribidor...

martes, 18 de enero de 2011

No sólo vacío de estómago

Me pasó una cosa el sábado.

Estábamos cenando en Madrid cuando entró en el restaurante un hombre ya de cierta edad, intentando vender unos poemitas que había escrito. Un hombre mugriento y solitario. Saltaba a la vista que se trataba de uno de tantos viejos perdedores que merodean por las ciudades. Caminaba cansado entre las mesas repartiendo sus libritos de poemas con ese tono apagado de quienes venden kleenex por los semáforos. Unas chicas que estaban en la mesa de al lado le dieron unas monedas sin quedarse con el librito.

Yo hice igual, aunque le compré sus poesías más por caridad que otra cosa. Una limosna es siempre más humillante que una compra-venta. Entonces me miró y se quejó, con una profunda tristeza en los ojos azules:

- Es que nadie me lee.

Me pareció conmovedor, enorme, que un caballero así se lamentase de que nadie lo leyese más que de las condiciones en que se encontraba.

Después de su respuesta tenía cierto gusanillo por encontrarme en los poemas con un espíritu genial y maldito, uno de esos pocos hombres póstumos, pero nada.

Parece que el dolor, la incomprensión es universal, igual para los genios que para los mediocres.



Hasta otro día, y gracias a Lola, Audrey, por haberme vuelto a meter en esto con su indiscreción.

lunes, 17 de enero de 2011

Intimidades las justas

En general creo que a todos nos pasa que nos interesan más bien poco los asuntos de los demás. Pero cuando estos asuntos que los demás nos cuentan con el ardor propio del protagonista, y que a nosotros nos resultan tan perfectamente vulgares, se vuelven demasiado íntimos o demiasado personales este desinterés hacia las revelaciones del otro se convierten a menudo en repugnantes. Repugnancia tanto mayor cuanto más cercana nos sea la persona en cuestión, y tanto mayor aun cuanto más ajeno nos sea el asunto íntimo que nos relata.

Las sombras de la persona amada que saltan a la vista nos resultan encantadoras, divertidas, motivos para conversaciones y bromas. Pero nada hay más repulsivo que entresacar lo inconfesable de las inocentes e intrascendentes confesiones del otro, adivinar a través de sus motivaciones al parecer más banales el mundo oculto que todos llevamos dentro: amores irrealizables, eternos, miedos que hacen enmudecer, frustraciones de todo tipo. Toparnos en la presunta claridad celestial del amor puro que queremos imaginar en el otro esas penumbras vergonzosas es lo primero que hace que el amor se desmorone, sobre todo cuando entendemos que esos territorios oscuros son inaccesibles para uno (y son inaccesibles en cuanto no puede hablarse de ellos).

Hay pocas cosas más desagradables, por ejemplo, para mi al menos, que el relato que un amor actual hace de sus amores anteriores. Yo lo evito adrede siempre que me lo permiten. Pocas veces o ninguna se siente uno, o una, tan intrascendente como entonces, cuando tu amada, involuntariamente, te sitúa indirectamente en una sucesión. Las palabras, las caricias dedicadas ya no nos parecen tan exclusivas. Uno pasa de ser el único amor posible e imposible a miembro de una lista que va renovándose, y se palpa así el tiempo, que pasa, claro. El amor pierde entonces su carácter eterno, cae en el tiempo y claro, queda condenado a pudrirse, ya sin remedio.
Esta verdad tan clara, tan evidente, pero que debido a su irracionalidad y a su escasa inteligencia normalmente resulta inaccesible a las mujeres (sí, hoy me siento misógino, qué pasa), destroza parejas a mansalva.

A lo que iba: que las intimidades son letales para las relaciones íntimas. Qué cosas.