jueves, 12 de abril de 2012

La gracia, hombre...

La dicha propia, o su espejo, la envidia ajena, no depende de la felicidad que uno exprese; la felicidad después de todo no es más que una declaración social, una palabra sobrevalorada, creo yo. Así, mucha gente puede considerarse y declararse feliz, normalmente quienes tachan como inválidas otras vías a esa felicidad que ellos declaran, todos esos dogmáticos de "en qué consiste de la felicidad" no lo son realmente, simplemente se encuentran a gusto en su papel, aunque aburridos, y son sólo cómicos cómodos cuya vida normalmente resulta abominable a los demás.
La dicha, la suerte en el lote de esos dones que otorga la naturaleza no está, pues, en la felicidad, sino en la gracia, creo yo. La gracia en el más puro sentido religioso de la palabra. La gracia que vuela, que ilumina y sonríe para sí misma. Quien no posee esa gracia natural inevitablemente la envidiará en aquel a quien ve que sí la tiene, aunque este sea campesino y aquél banquero, aunque este sea analfabeto funcional y aquél tenga en la cabeza todas las enciclopedias, sinfonías y poemas, aunque el desgraciado diga que es feliz y el otro no se pronuncie, o ni siquiera lo sepa.

...cuánto tiempo sin escribir aquí...

Lola, me lees?